Cómo intenté acabar con mi adicción por el teléfono con un shock eléctrico

La Nacion /

Se llama Pavlok y su uso es algo polémico. Algunas personas dicen que es solo un artilugio, otras que sirve de ayuda para romper hábitos como morderse las uñas o comer dulces.

Es un dispositivo en forma de pulsera de silicona. No es precisamente fina y discreta, pero la idea no es que lo sea. La correa roja brillante envuelve una batería rectangular recargable que se coloca sobre la muñeca y puede dar descargas de más de 200 voltios. En la parte de arriba tiene impreso un rayo, así que no hay riesgo de que olvide lo que hace.

Mi teléfono dice que el dispositivo está cargado y colocado en su ajuste más bajo. Todo lo que queda por hacer es presionar el rayo y darme yo misma un pequeño choque eléctrico.

El fundador y director de la empresa a cargo de Pavlok, Maneesh Sethi, dice que puede ser efectiva para quitar los malos hábitos, incluso en apenas cinco días.

El dispositivo emite descargas eléctricas con el objetivo de eliminar malos hábitos. En mi caso, para intentar dejar de usar el teléfono inteligente en la cama, algo que, según sospechan los expertos, puede alterar el sueño y provocar ceguera temporal .

El nombre Pavlok mezcla el apellido de Ivan Pavlov, el famoso psicólogo ruso que condicionó perros a segregar saliva cuando escuchaban el sonido de una campana a la hora de comer, y la palabra shock.

Quienes desarrollaron la pulsera esperan que, al incurrir en el comportamiento indeseado , el usuario se provoque una descarga que asocie ese mal hábito con algo desagradable y comience a disfrutarlo menos, reduciendo el tiempo que le dedican.

Al final, reuní el suficiente valor para darme el shock, que puesto en una intensidad de 50% encontré alarmante e imposible de ignorar.

Recompensa vs. dolor El castigo es un tipo de «condicionamiento operante». Mientras que una recompensa es una consecuencia que refuerza o aumenta un determinado comportamiento, un castigo es definido como una consecuencia que supuestamente reduce una conducta.

En diversos experimentos, los investigadores han intentado comparar cómo la gente responde al castigo y las recompensas. Por ejemplo, en un estudio publicado en la revista especializada Cognition , los participantes ganaban o perdían fichas, equivalentes a una pequeña cantidad de dinero, dependiendo de su desempeño al hacer una tarea.

«Hay una reacción distinta en el cerebro a las ganancias y pérdidas » Jan Kubanek, Universidad de Stanford Compartilo Los investigadores encontraron que incluso un castigo pequeño (perder fichas) era suficiente para que cambiaran sus decisiones en tareas posteriores, relacionadas con un mayor monto de recompensa.

«Eso significa que hay una reacción distinta en el cerebro a las ganancias y pérdidas», dice uno de los encargados del estudio, Jan Kubanek, un estudiante de doctorado sobre fisiología molecular y celular en la Universidad Stanford, EE.UU.

«Sin importar cuánto habían perdido los participantes, ya fuesen cinco o 25 centavos, la cantidad no afectaba la respuesta de ‘evitación’ (apartarse anticipadamente a una estimulación aversiva). La persona evitaba la elección de la conducta con la misma fuerza, independientemente del número de puntos o centavos que perdiera».

Y eso no fue lo mismo en el caso de las recompensas. «Cuando ganás cinco centavos es probable que repitas esa elección, pero la tendencia es más débil que cuando ganás 25 centavos», explica Kubane.

«Entre más ganes, hay más probabilidades de que repitas tu elección previa. Sin embargo, en el caso de las pérdidas cualquier cantidad lleva a un comportamiento de evitación más fuerte».

Kubanek dice que los resultados podrían ser usados para determinar cómo la retroalimentación negativa y el castigo se reparten fuera del laboratorio. En un ambiente académico, por ejemplo, los profesores podrían estructurar los grados en términos de puntos positivos y negativos.

La amenaza parece ser suficiente ¿Quizás pagarles una pequeña multa a nuestros seres queridos por nuestros malos hábitos sea más efectivo?. Las investigaciones también sugieren que la amenaza de un castigo podría, en algunos casos, influenciar nuestro comportamiento. Un estudio indicó, por ejemplo, que solo ver unos ojos pintados en una pared era suficiente para hacer que las personas dejaran de tirar basura, pues se sentían observadas y querían evitar ser atrapadas y castigadas.

Sin embargo, debe destacarse que en estudios posteriores fue difícil replicar los efectos provocados por los ojos que observan.

En su libro, God is Watching You («Dios te está mirando»), Dominic Johnson argumenta que el temor de sufrir un castigo sobrenatural, ya sea en la forma de Dios, infierno o karma, promueve la cooperación dentro las sociedades, más allá de las instituciones gubernamentales.

«La acción de los gobiernos y la policía es limitada. La vigilancia es baja y el castigo es limitado», apunta Johnson. «Sin embargo, para un dios la vigilancia es omnipresente y los castigos infinitos. Los dioses pueden ser mucho más poderosos que la policía. Por lo menos entre los que son firmes creyentes».

Y hay algunas evidencias que respaldan esa idea, incluyendo un estudio hecho por el psicólogo Azim Shariff en el que se encontró que los bajos índices de delincuencia en algunas sociedades guardaban correlación con la creencia en el infierno por parte de sus habitantes.

«Y eso se relacionaba con su creencia en el cielo», añade Johnson. «Algunos se molestaron por eso, pero la idea era que las personas tiene más probabilidades de cooperar cuando intentan evitar el infierno, más que buscar llegar al cielo».

Y la pulsera… ¿resultó? La adicción al teléfono puede afectar el sueño y hasta causar ceguera. Esa posibilidad de ser castigados podría ser la razón por la cual algunas personas han encontrado que darse descargas eléctricas con la pulsera Pavlok resulta efectivo.

Con solo mirar, al acostarme, el rayo grande de mi pulsera roja, me recordaba que tendría que darme yo misma una descarga para poder usar el móvil en la cama. Aunque verlo no fue suficiente para que dejara de hacerlo totalmente, sí hizo que mi objetivo fuese lo primero que me viniese a la mente y pasé mucho menos tiempo conectada cada noche.

Sin embargo, después de darme descargas en la cama mientras usaba el teléfono por cinco días, puedo decir que no sirvió para curar mi hábito de usar el móvil en la noche. Lo que terminó dando resultado, por lo menos durante la siguiente semana, fue imponerme yo misma una exorbitante multa que le pagué a mi esposo para que se gastara el dinero en artículos innecesarios.

Después de una noche, la pérdida financiera fue lo suficiente grande para mantenerme alejada del teléfono ese tiempo extra. Luego de concluido mi experimento, sin embargo, volví a mis antiguos hábitos, lo que sugiere que tendría que darme choques de corriente y desembolsar dinero indefinidamente. Y eso es algo que quizás sea un precio demasiado alto que pagar.

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