La Nacion /
¿Escuchaste alguna frase peor que ésta en tu vida de pareja?
Cuando te la dicen siempre te agarra desprevenido y mal parado. Y si sos de esas personas a las que no les resulta fácil hablar de sus emociones o confrontarse en una relación, la frase abre un foso bajo tus pies y cerrás los ojos para no caer en ese pozo sin fondo que te conducirá, seguro, a los peores infiernos.
En toda pareja hay uno que es más hábil, que está más entrenado en la verbalización que el otro, y es ése el que SIEMPRE quiere hablar.
En general los hombres tienen más floja la habilidad de la palabra, aunque no siempre es así. Si sos de esas personas el «¡tenemos que hablar!» es como un arma que te apunta a la cabeza. ¿Y quién lo dice? Obvio, tu pareja, esa persona que está muy pero muy entrenada en los laberínticos e interminables «¿y a vos qué te parece?» o «pensémoslo de otra manera» o «¿qué quisiste decir ayer?» y ese tipo de conversaciones y disquisiciones enredadas que abren ese foso sin fondo bajo tus pies.
Y ante el foso o ante el arma, ¿qué te queda por hacer, pobre víctima inocente de la horrenda furia asesina que esconde esa indecente propuesta de hablar?
Huir, salir corriendo y con un portazo firme y contundente.
Y si no se puede, hacer como que no oíste.
Y si no se puede, patearlo para más adelante.
Y si no se puede, el supremo recurso es contraatacar, mandarte un mordido y encendido «no tenemos nada que hablar nosotros» o un «¡hablar, hablar, hablar, lo único que hacés es hablar!» o estocadas similares para evitar hablar y dejar al otro pataleando impotente como cucaracha panza arriba.
Y ya la guerra está declarada, no hay escapatoria, cubiertos los dos por nubes negrísimas. Ahora o más tarde, rayos y centellas cubrirán todo de barro pegajoso y electricidad mortífera.
Gritos, peleas, violencia generados por la «inocente» propuesta de hablar porque si no estás entrenado en hablar, pelear puede ser más fácil, algo que te ubica en un territorio en el que pisás más firme. En la pelea pareciera que sos más dueño de la situación, mientras que en la conversación el dueño es el otro, el más hábil. A nadie le gusta sentirse en inferioridad de condiciones por ello y, como estrategia de preservación, elegimos el territorio en el que nos movemos mejor para salir lo menos heridos posible.
¿Una solución? Si llegaste hasta acá esperarás que te de la mágica solución, que te de esa receta milagrosa que de una vez y para siempre termine con esta tortura. Cliqueá «salir» porque no la tengo.
El camino es cada paso y cada paso tiene peso. Te puedo ir dando algunos tips que a mí y a otros como yo nos resultaron de utilidad.
Lo primero es que decidas qué querés hacer: ¿la propuesta de hablar ante cada dificultad es más de lo que podés aguantar y preferís apartarte aunque ello resienta la relación? o ¿la relación te importa tanto que harías algo para que continúe? O sea, ¿te separás o seguís?. Si elegís seguir, tendrás que aprender a entrenarte en el arte de la conversación con tu pareja sobre situaciones de la pareja, entrenarte como para cualquier deporte que quieras aprender a jugar.
Hay algunos trucos para ir empezando. Uno, te parecerá nimio, pero es crucial: hablar en primera persona, hablar de vos y no del otro (es un excelente consejo también para tu pareja, la que «quiere hablar» seguro para acusarte de algo, pero será para otra columna) . Hablar de vos en tu respuesta. Podría ser: «Cuando me decís «tenemos que hablar» se me pone todo negro y dejo de pensar, casi me paralizo y la angustia que eso me provoca hace que haga o diga cosas que no son de verdad lo que siento o pienso, lo único que quiero es huir. ¿Por qué no buscamos juntos alguna manera?». Es decir, en lugar de contraatacar, no salteás tu malestar y la amenaza explicando lo que te pasa. De esta manera te evitás señalar con un dedo al otro y sus imperfecciones, armar teorías sobre ello, que en ello consiste el contraataque. Es un terreno resbaladizo y peligroso. Toda teoría que hagas sobre la conducta del otro es ofensiva, así como toda teoría que haga el otro sobre tu conducta es ofensiva. El otro no sabe de uno. Uno no sabe del otro. La respuesta atacante no es una conversación, es una guerra.
Otro tip muy útil es convenir de antemano algunas reglas, por ejemplo acordar que no haya réplicas inmediatas y reactivas, acordar no interrumpirse, dejar que el otro hable hasta que termine, esforzarse en escuchar. Si uno siente que no puede callar ante lo que oye, tomar una hoja de papel e ir escribiendo las réplicas a cada cosa que hiera, pero no decirlo en ese momento.
No siempre cuando te dicen «tenemos que hablar» es una oferta de conversación. Vos podés transformarlo en eso. Si la cosa viene de ataque y descarga, no te sometas a la propuesta bélica, hablá de vos y de lo que pasa y de lo difícil o imposible que es hablar frente a un paredón de fusilamiento. Y nunca olvides que lo importante no es lo que te pasa sino lo que vos hacés con lo que te pasa.
Fijate si podés probar algo de esto. Date una oportunidad para la paz.
En la ilustración de Macanudo del diario LA NACION del 7 de agosto, Liniers también tocaba el tema con humor. Foto: Liniers LA NACION Sociedad En pareja