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Después del terremoto lo que ocurre inmediatamente es el impacto que paraliza. Poco después, la cohesión social se hace patente y hordas de ciudadanos toman las calles para ayudar. Se le conoce como luna de miel y se ha observado en casi todas las comunidades que han sido víctimas de un terremoto, un huracán o un incendio.
Cuando ha pasado la fase aguda, llega la desilusión de aceptar lo que se ha perdido. La urgencia de la reconstrucción es lo que hará de la desgracia una oportunidad para apuntalar a la sociedad civil y a organizaciones como escuelas, hospitales, cuerpos de protección civil y ciudadanos en general.
Casi enoja en un momento como éste afirmar que la desgracia puede fortalecernos, pero sí existe algo llamado crecimiento postraumático, que puede permitirnos replantear la jerarquía de lo importante y valorar más a nuestras familias, amigos, los lugares que habitamos, el pedazo de nación en el que vivimos.
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*Escucha activa: Podemos ayudar escuchando. No debe obligarse a hablar a quien no quiere. Debe transmitirse interés, atención y compañía.
Contener la impaciencia por decir algo útil que puede sólo ser imprudente, y no engancharse con la agresión de quien ha perdido todo, que puede buscar chivos expiatorios en quienes desplazar su dolor.
*Hacer ejercicios de respiración: Para recuperar la calma y ayudar a otros a que la recuperen (inhalar-exhalar-mantener los pulmones sin aire-volver a comenzar; en un conteo de 4-4-4-4). De 5 a 10 minutos.
*Categorización de necesidades: Ayudar a quienes no pueden pensar con claridad sobre qué necesitan para volver a su normalidad.
*Derivación a redes de apoyo: Servicios de salud física y psicológica, instancias gubernamentales, grupos de ciudadanos.
*Sicoeducación: para aprender qué hacer frente a nuevos desastres y cómo estar mejor preparados.
La crisis no debería ser en vano para la sique colectiva y podríamos aprovecharla para construir una sociedad mejor. Si la sociedad y el Estado, una vez pasada la crisis, le dan la espalda a las víctimas, sólo habrá retraumatización.
La mayoría de las víctimas del terremoto no requerirán ayuda especializada y mejorarán espontáneamente de una a tres semanas. Es normal sentirse irritable, triste, insomne y con crisis de angustia. Solo una de cada siete personas tendrá secuelas emocionales de largo plazo (depresión, ataques de pánico, insomnio y trastorno de estrés postraumático).
Las personas que requieren atención primaria urgente (hospitalización, sicofármacos, etc.) son aquellas que están en crisis de pánico, que han roto con la realidad y no saben quiénes son ni dónde están, aquellos con trastornos siquiátricos, incapaces de enfrentar el desastre, o alguien que no reacciona a ningún estímulo.
Sociedad y gobierno debemos trabajar por devolver a los más lastimados por el terremoto el control de sus vidas y algunas certezas. Este momento difícil y de transición hacia una nueva «normalidad» debe durar el menor tiempo posible. El tiempo de respuesta de todos es crucial.
Las crisis de mediano y largo plazo se reconocen por los siguientes síntomas: pesadillas, flashbacks, disociación, labilidad emocional, síntomas físicos al recordar el evento, entumecimiento emocional, falta de interés en actividades sociales, incapacidad para sentir sentimientos positivos, pesimismo hacia el futuro, dificultad para concentrarse, hipervigilancia. Si estos síntomas persisten después de tres meses de ocurrida la tragedia, debe buscarse ayuda sicológica y/o siquiátrica.