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Es impresionante ver como nuestras creencias influyen en nuestras actitudes y conductas en lo cotidiano. Basta con observar un poco alrededor, y saber ver.
Hace poco, en un restorán, dos niños que no se conocían jugaban en el pelotero mientras sus madres terminaban de comer en mesas diferentes. La madre de uno de ellos escuchó, sin querer, la conversación que se daba en la otra mesa: la madre del otro niño comentaba que su hijo tenía autismo. Sin dudarlo, la madre que estaba escuchando se levantó, buscó en el pelotero a su hijo que no tenía autismo, y se fue del restorán. Cuando escuché el relato, no podía dejar de preguntarme qué habrá pensado esa madre cuando se enteró de que el niño que jugaba cerca de su hijo tenía autismo. ¿Habrá creído que era contagioso? ¿Qué podría ser dañino para su propio hijo? Muchos mitos para derribar.
Pararse distinto frente a la discapacidad
Estamos presenciando un fuerte cambio de paradigma en relación a la discapacidad. Venimos de un modelo médico hegemónico y vamos hacia un modelo social de la discapacidad, donde el foco no está puesto en las limitaciones de la persona sino más bien en las barreras del ambiente que impiden o dificultan que esa persona ejerza plenamente sus derechos. Derecho a la educación, derecho a la salud, derecho al trabajo, derecho a la sexualidad, derecho a la autodeterminación, derecho a la felicidad, y tantos otros derechos que todos tenemos.
Cada uno de nosotros tiene un perfil único de fortalezas y desafíos, cosas que hace bien y cosas que hace no tan bien. Cosas que le gustan y cosas que le molestan. Justamente en estas variables compartidas por todos reside la riqueza de la diversidad humana.
Cualquiera de nosotros puede estar en una situación de discapacidad si en nuestro contexto existen barreras. Y cuando digo barreras, no me refiero sólo a las barreras físicas, esas que son más fáciles de ver, como la falta de una rampa en una esquina o de un ascensor en el subte para que una persona que se mueve en silla de ruedas pueda llegar a su trabajo. Y que aplica de la misma manera a una madre de mellizos con un cochecito doble en la parada del colectivo, cuando vivencia que ningún colectivo le frena. Me refiero también a esas barreras invisibles pero potencialmente muy dañinas que residen en las interpretaciones sociales, las creencias, los prejuicios, el estigma, el desconocimiento, el miedo ante lo desconocido. Esas son las barreras más peligrosas. Las que generan, por ejemplo, que en un colegio un directivo diga «este chico no es para acá», o que un profesional diga «este chico nunca va a caminar» o que un padre piense que su hijo o hija nunca va a formar una familia.
La realidad es que no podemos predecir el futuro (o hasta donde yo sé, la mayoría de nosotros no puede), así que intentemos evitar las predicciones y equivoquémonos menos. Vivamos en el aquí y ahora, que es el único lugar en el que estamos efectivamente. Nada podemos hacer con el pasado y con el futuro.
En nuestras creencias y miradas está la posibilidad de truncar caminos o habilitar sueños. Habilitemos sueños y deseos, por favor. Creamos en las capacidades de los niños, descreamos de los techos impuestos por otros, seamos respetuosos de la diversidad, no juzguemos (¡aprendamos de los niños!), seamos amables, seamos pacientes, seamos aprendices, sonriamos más, inspiremos a otros. Estas actitudes hacen toda la diferencia. Especialmente a las personas que sufren.
Vuelvo al principio.te pido que la próxima vez que estés en un restorán, en una plaza o en un cumpleaños y haya algún niño que te llame la atención por algo o te llame la atención algo que hayan dicho sus padres, acercate, sonreí y prestá atención. Ese niño tiene mucho que enseñarte. Y vos vas a estar activamente poniendo tu granito de arena para construir una sociedad más inclusiva y respetuosa de la diversidad.
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