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Una de las circunstancias que más retos impone al carácter es la enfermedad del cuerpo y de la mente. A lo largo del tiempo he trabajado con individuos, familias y parejas que se enfrentan inesperadamente a la mala fortuna de la enfermedad, a veces terminal, a veces aguda, a veces controlable pero incurable. Las personas pierden la calma frente a lo que no pueden controlar, los diagnósticos varían entre los médicos y la incertidumbre se vuelve angustia cotidiana.
Muchas personas, con las mejores intenciones, estresan aún más a los pacientes, a sus familias y parejas, presionándolos para ser positivos todo el tiempo como si esto fuera curativo. La gente incluso se atreve a decir que es una bendición que algo malo esté pasando porque será una lección de vida para todos. Las víctimas de la enfermedad no se sienten consoladas. La ansiedad y la depresión son las emociones dominantes pero los observadores externos creen que si no se piensa ni se habla sobre la enfermedad y la muerte, las probabilidades de sanar aumentarán. Hay libros y audios sobre las actitudes positivas frente a la enfermedad que pueden ser bonitos pero son inútiles.
Lo único que ayuda a los individuos, parejas y familias que enfrentan una enfermedad es tratar de seguir viviendo y conservar ciertas rutinas en la medida de lo posible, que no es lo mismo que estar seguros de que todo va a salir bien. La ansiedad sobre la propia muerte y sobre la muerte de aquellos que amamos se resuelve enfrentándola, hablándola, reflexionando, quizá llevando un diario sobre los pensamientos que asustan pero que acercan a la realidad en lugar de evadirla.
Séneca, el gran filósofo del estoicismo, afirma que la buena vida no depende de su duración sino del uso que hacemos de ella. A veces quien ha vivido mucho, en realidad ha vivido poco. En sus cartas sobre la brevedad de la vida, el filósofo dice que como no sabemos cuánto tiempo nos será concedido, nadie muere prematuramente, porque las cosas pasan cuando pasan. «El tiempo es precioso: ¿cuántos hombres valoran el tiempo y reconocen el valor de cada día y entienden que están muriendo diariamente?
No se trata de la duración sino de la calidad de la vida y el objetivo principal frente a la enfermedad es aminorar el sufrimiento y vivir al día sin pensar en el mañana.
La enfermedad es un recordatorio de que mientras nosotros posponemos, la vida acelera su paso. Aceptar lo que pasa y que no está en nuestro control es la única actitud útil: sacar lo mejor de cada hora, establecer prioridades y resolver lo urgente.
En cuanto a los otros que quieren ayudar proponiendo pensar positivo, hacer visualizaciones de salud, imaginar el futuro sin la enfermedad, pueden hacerse dos cosas:
Ignorarlos y entender que no hay maldad sino ganas de ayudar aunque las intenciones estén desviadas por la ignorancia entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que sirve y lo que es superstición.
Lo segundo que puede hacerse es decirles explícitamente que todas esas ideas van en contra de lo que pensamos y que por favor dejen de invitarnos al optimismo porque en vez de sentirnos acompañados, nos sentimos más solos y presionados a sonreír frente a la desgracia.
Para las familias y parejas de los enfermos, comprender los alcances de la empatía es fundamental. La empatía es una actividad intelectual que nos hace capaces de entender las emociones de los demás, aunque no las compartamos. No tenemos que estar igual de tristes que el enfermo ni mimetizarnos con él o con ella intentando ser compasivos. Una mente en calma es imposible si el contagio emocional es la forma de acompañar al que sufre. No oscurecer la razón de quienes tienen salud es importante porque son ellos quienes tendrán que ayudar a tomar decisiones, acompañar y también seguir adelante con su propia vida.
Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa, así como conferencista en temas de salud mental.
Twitter: @valevillag