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Una investigación reciente del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) que analiza el modo de alimentación de los niños argentinos de 0 a 3 años, puso sobre la mesa una verdad que se sospechaba pero que hasta el momento no tenía datos certeros: ya desde sus primeros años de vida 4 de cada diez niños reciben en su dieta alimentos poco saludables.
El dato pone en alerta a cualquier adulto que tenga a su cargo la responsabilidad de criar niños, sobre todo, si se considera que a esa edad no puede atribuirse la culpa ni a la publicidad ni a la escuela ni al carácter difícil del niño.
Entonces… ¿Cómo podemos hacer para acertar en la misión a veces titánica de alimentar a los chicos en forma sana?
El doctor Esteban Carmuega, director del Cesni, subraya que en el momento de empezar a introducir alimentos sólidos en la dieta del lactante, a partir de los 6 meses de edad, lo principal es generar un momento destinado a compartir con los chicos el acto de alimentarse. «Nosotros hablamos de ‘alimentación perceptiva’, que es el proceso por el cual el niño empieza a reconocer los sabores y las texturas de los alimentos, a darse cuenta de cuán salado es lo salado, cuán dulce es lo dulce». Y consultado acerca de los alimentos preferentes para ofrecerle, responde que esto tiene que ver con las costumbres de cada cultura. En la Argentina estamos habituados a ofrecerles papillas y el puré de zapallo es el gran elegido, pero en todo caso, no es el alimento en sí lo que debe preocupar sino el modo en que se lo ofrece al niño.
«Comer es un acto social y sensorial», explica. «De nada sirve darle el alimento de la mejor calidad al niño si mientras se lo estoy dando le pongo la cuchara en la boca pero no lo miro ni le presto atención o si estoy distraído mirando la tele o con el celular», explica.
El mismo concepto resalta la doctora Sabrina Gatti Wosner, médica de familia y ayurveda, directora de Olilu, talleres de alimentación en la primera infancia. «Es igual de importante aquello que comemos que cómo lo comemos. Toda alimentación es perceptiva, o debiera serlo», introduce.
La alimentación perceptiva abarca diferentes aspectos del ritual de la comida: el contacto con los alimentos y el ambiente en el que los comemos. ¿Pero cómo lo establecemos o, en todo caso, cómo lo recuperamos?
El modo de comer. Es fundamental reflexionar nuestro modo de comer, cómo nos vinculamos con el alimento, cómo queremos que nuestros hijos coman. ¿Acompañar a nuestros hijos en su alimentación es una oportunidad para mirarnos a nosotros mismos, disfrutamos de la comida? ¿Somos protagonistas de nuestra propia alimentación o dejamos que otros decidan por nosotros? ¿Disponemos tiempo a nuestra alimentación, somos conscientes de qué comemos y cómo lo comemos? ¿Disfrutamos?
No sólo tragar. Comer es mucho más que tragar, es la suma de experiencias que entran a través de nuestros sentidos. Si un alimento es atractivo o no a la vista, su aroma, la temperatura, y por supuesto el sabor. Explorar, experimentar, jugar con la comida es parte fundamental del inicio de la alimentación complementaria, conocer los alimentos, descubrirlos, en un entorno amoroso y de seguridad y confianza dejará una impronta en el vínculo de los bebés con el alimento que determinará cómo se relacionarán con los mismos a futuro.
Una experiencia placentera. Hagamos que tengan experiencias satisfactorias y seguro se alimentarán así por el resto de sus vidas.
Dar el ejemplo. Los adultos responsables de su crianza son el espejo en el que se miran los niños, por eso compartir la mesa, mostrarles a nuestros hijos que comer es un placer, que preparar nuestra comida es un lujo que no debiéramos perdernos.
Buen clima. Nuestro estado emocional al momento de alimentarnos determina si los nutrientes presentes en el alimento podrán ser aprovechados o no, ya que la forma en que el organismo metaboliza los elementos de la comida que ingerimos depende de una serie de reacciones químicas que están relacionadas estrechamente con las emociones.
Alimentos de buena calidad. Los alimentos que nos ofrece la naturaleza, con el menor procesamiento posible. Lo que nuestras abuelas llamarían «comida». Si viene en caja, pote, paquete, sachet o lata no es comida, es un «producto comestible», que se puede tragar, pero lejos está de alimentarnos. Frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, huevos, frutos secos, carnes.
Generar rituales de alimentación compartidos. Dedicar algún momento del día para compartir un ritual de alimentación, puede ser un snack, un té/cena, algún ratito que podamos compartir en familia, y aprovechar ese momento para conectarnos, charlar, compartir. Esto va a ser mucho más nutritivo que cualquier verdura orgánica que preparemos para nuestros hijos.
Evitar las leyes rígidas y las críticas permanentes. No estar pendientes de si separa la verdura, no se queda quieto o se pone mucha cantidad en la boca. Si generamos un momento de tranquilidad y disfrute ellos van a querer participar con nosotros.