Aunque el casamiento es, para muchos, un sueño que existe hace cientos de años, sus detalles se han ido modificando con el paso del tiempo y la flexibilización de ciertas prácticas sociales. Si antes tenía tanta importancia la ceremonia como la noche de bodas, en tanto ritual que daba comienzo oficial al matrimonio, hoy el foco está más puesto en la fiesta. Después de unas 10 horas de festejo (que incluyen varias antes para preparación y fotos), los novios que llegan al momento final de dormir juntos esa noche, en lo último que piensan es en el sexo.
«Al terminar el casamiento fuimos al hotel donde íbamos a pasar la noche de bodas. Ya en la habitación empezó el desafío del vestido. Eran mil botones para desabrochar y uno resultó tan imposible para mi marido -entre su poca motricidad final, el alcohol, el cansancio y la falta de luz- que se desplomó en la cama y me dijo «no puedo». Desesperada, terminé llamando a recepción y pidiendo ayuda en el hotel. Y para cuando finalmente me pude acostar, sin vestido ni maquillaje, Juan estaba completamente dormido.» El relato de Inés Parra se asemeja a muchos otros. El vestido tan románticamente pensado y con tan delicados detalles se vuelve en ese momento una suerte de prisión de la que no es posible escapar sin ayuda, y son muchos los maridos que se rinden o duermen en el intento (y varias las mujeres que terminan durmiendo vestidas). Lo interesante, sin embargo, es que el apuro no es por sacarse ese vestido para tener relaciones y sellar una noche de muchas emociones, sino para… dormir.
«La noche de bodas no existe desde el momento en que la fiesta termina a las 7 de la mañana», comenta Paola Kullock, especialista en juegos eróticos y directora de PK Escuela de Sexo, quien con sus charlas ha pasado por infinidad de despedidas de soltera. «Es un mito. Ambos suelen terminar en un estado catastrófico y lo único que quieren es descargar en el sueño toda la tensión del día», describe, aunque admite que a veces son los propios amigos los que suman expectativa, especialmente en el caso de las mujeres, que suelen regalar una suerte de ajuar con camisones o baby dolls para ese momento. «Y ahí es cuando me encargo de anticiparles que probablemente no lo van a usar y que no se sientan mal por eso», cuenta.
La segunda oportunidad En lugar de ponerle más presión a una noche ya de por sí muy cargada, entonces, la expectativa se mueve hacia el día siguiente o incluso la luna de miel. «Cuando me piden consejos para esa noche, les propongo ideas nuevas, juegos y trucos para el día siguiente, pero especialmente para la luna de miel, que fue pensada para eso. Ahí es donde les recomiendo que pongan la inventiva y las ganas», describe Kullock.
En el caso de Inés, la tarde siguiente fue el momento preciso: «Hacia las 4 prendimos el jacuzzi. Pero con la emoción me pasé con la cantidad de jabón para la espuma y empezó a rebalsar, así que tuvimos que ir sacándola con la mano y llevándola a la ducha y la bacha. Así empezamos, sin poder parar de reírnos», relata. Para Antonella Crotti, en tanto, el pensamiento de los siguientes días en Colonia fue lo que le dio paciencia para el resto de esa noche y el día siguiente, dado lo mucho que había tomado su flamante marido. «Habíamos decidido irnos a nuestra casa después de la fiesta, porque no había hoteles disponibles por la zona y al día siguiente había que votar. Así que terminé manejando vestida de novia y, cuando llegamos, luchando para convencerlo de que no podía dormir en el auto. Una vez arriba tuve que despertarlo para que me ayudara a salir del vestido, y después de mucho intento, apenas llegó a desabrochar cinco botones.», relata entre risas.
Y aunque las más propensas a hablar del tema y exponer sus sentimientos al respecto son las mujeres, también los hombres tienen su versión. Que por suerte coincide bastante en deseo con la de ellas. «Hay una parte de la noche en que uno siente ganas y cierta expectativa sobre el tema. Es un clima festivo, la novia está más linda que nunca y los ánimos están por el cielo. Nunca sentí la presión de tener sexo esa noche para que fuera realmente «noche de bodas», aunque sí tenía ganas y en algún momento pensé que iba a pasar. Pero se hicieron las 8 de la mañana y ambos llegamos al hotel muertos, y en todo lo que podíamos pensar era en dormir. No hizo falta hablarlo: nos miramos y supimos que al día siguiente lo íbamos a disfrutar mucho más. Y así fue», relata Ignacio Romero.
Si las ganas están desencontradas por cuestiones de fuerza mayor, como exceso de alcohol, es vital no presionar ni frustrarse. «Hay una cuestión de rito o de ritual simbólico, que puede presentarse tanto en la luna de miel, la noche de bodas como en la fiesta, pero es una instancia que marca un antes y un después. Más que consumar físicamente el matrimonio es pasar a otro estado, porque no es lo mismo firmar que no firmar. Incluso la familia y los amigos los tratan distinto desde que son esposos. Es un rito de formalidad que no sólo pasa por lo sexual», describe la psicóloga Silvana Weckesser, quien además considera que lo importante «no es ni hacerlo ni no hacerlo, sino que tenga el sentido de iniciar una vida de complicidad con el otro».
Los afortunados Pero como toda regla tiene su excepción, también están aquellos que sí logran tener relaciones esa noche. Y justamente encuentran en esa falta de presión y expectativa la relajación y el ánimo ideal para llegar a ese momento de intimidad. Así le sucedió a Romina Bernabeo y su marido, Pablo: «Después de entrarme alzada a la habitación, ayudarme con el vestido y ducharse, mi marido se durmió enseguida. Lo vi y pensé que concretar quedaría pendiente para cuando llegáramos a México de luna de miel, así que me tomé mi tiempo para bañarme, sacar una mancha de fernet del vestido y desarmar el peinado. Y cuando salí del baño, lista para dormir, me lo encontré despierto y fresco como una lechuga. Y así sí hubo noche -o mejor dicho mañana- de bodas. Ninguno de los dos lo esperaba, y justamente por eso es más lindo», finaliza ella.
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