Dicen por ahí que durante el embarazo, si estás esperando una niña, ésta te robará la belleza durante su periodo de gestación.
Yo debo confirmar que, efectivamente, mientras Martina estuvo en mi panza, no me gustaba mirarme al espejo porque me parecía que me veía fatal y no podía esperar por volver un poco a la normalidad de mi cuerpo. Lo peor es que la realidad es que después de dar a luz, nada vuelve a ser lo mismo, y mucho menos el cuerpo, así que la primera medida que tomé después de nacida Martina fue el de usar una faja .
Mi ginecólogo me había advertido que no servían de nada, aunque después de tener a Diego sentí que usarla me mantenía en movimiento día tras día, pues después de haber pasado meses en cama la espalda y abdomen estaban tan flácidos como un trapo. En esta ocasión, mi adorado «marido» me ayudó a luchar con dicha prenda por demás apretada para acomodarla en su lugar, pero al cabo de unos pocos días me di cuenta de que podía estar perfectamente sin ella y no me costaba trabajo (más de lo normal) moverme y agacharme. Así que haciéndome a la idea de que mis excesos de piel y grasa no estarían comprimidos como chorizo y que cada vez que me sentara sentiría un rollito de piel sobre el pantalón, decidí dejarla a un lado pero claro, no sin antes comprarme una crema reafirmante.
Como soy de las que no cree que el precio sea indicativo de la efectividad, decidí elegir una de mi marca usual de cremas: St. Ives. Todos los días, después de bañarme, religiosamente me la pongo, y aunque poco a poco mi piel ha mejorado, todavía me sobra un poco de esta. Pero bueno, la piel no es la cosa que me tiene más acongojada del posparto.
Mi verdadero trauma es el cabello . Mi familia, tanto del lado materno como del paterno, gozan de abundantísimas cabelleras, con decirles que a mis primas, a mi hermana y mi mamá les cobran doble cuando las peinan. Yo no me quejo, no tengo tanto pelo pero seguramente no moriré calva, o eso pensaba yo hasta después de haber dado a luz. Hace un mes empecé a notar que cuando me lavaba el cabello, no es que se me cayeran 100 cabellos, ¡se me caían 1,000! Pero bien sé que es normal y que no debo apanicarme.
Al día de hoy, se me sigue cayendo un montonal. Muchísimo. Me temo que en cualquier momento me daré cuenta de que traigo un pequeño círculo calvo en lo alto de mi cabeza. No he recurrido a ningún shampoo para evitar la caída, pero les juro que en mi próxima visita al super lo haré. No sé si Tresèmme (que es la marca que uso) tenga alguno, pero si no, ¿cuál me recomiendan ustedes?
Algo que volvió a mi sin ningún esfuerzo, fue la hidratación de la piel de la cara. Una de las cosas que más amo de vivir cerca del mar es el sentir el rostro como si recién acabara de ponerle crema, cosa que perdí durante el embarazo (a pesar de haber tomado inmensas cantidades de agua), pero que finalmente está regresando sin haber tenido que hacer nada extraordinario, de hecho sigo usando las mismas cremas de Vichy (Idealia) que usaba desde antes de embarazarme. También me salió el famoso paño que a los pocos días desapareció, pero no sin ayuda de la crema especial para manchas de la misma línea.
Por último pienso en algo que definitivamente no volverá a mí en muchos, muchos años es el tiempo: tiempo para hacerme pedicure, manicure, ¡vaya! Ir a cortarme el pelo. Cuando voy a las fiestas infantiles y veo a las otras mamás con las uñas pintadas siempre pienso: ¿y a qué hora hacen eso? Yo los pocos minutos que tengo libres los uso para dormir o estar con Alejandro. Estos últimos días también he tratado de dedicar un rato a hacer ejercicio. Quiero estar fuerte y estoy contando con que al ponerme en forma ya no me sentiré tan cansada al final del día.
Nunca volveré a verme como antes, sin embargo, cada día me siento un poco más normal y si el precio a pagar por mis preciosos hijos es un poco de cabello, un mucho de piel y mi tiempo, sin duda conseguí una ganga.
Mamás, ¡recomiéndenme productos para piel y cabello! ¡Y denme tips para encontrar tiempo y poderme pintar las uñas!