Madrid . – En una calurosa tarde de verano en Madrid, hombres y mujeres de piel tostada desfilan sin parar por un centro de bronceado: incluso en España, uno de los países más soleados de Europa, los rayos UV pueden volverse una adicción.
Madrid tiene una media de 2.749 horas de sol al año, el doble que Londres. Pero eso no impide a Macarena García, estudiante de 24 años, someterse a la cabina de bronceado. «A mi familia no le gusta mucho que tome rayos, dicen que no es natural, que es insano, pero ellos viven en la playa y yo aquí, trabajando, también quiero tener color», afirma cuando sale del salón Solmanía, en el centro de Madrid.
José Manuel Rodríguez, bailarín de 26 años, es otro asiduo a la cabina de bronceado. Admite que sólo pararía si no tuviera más remedio pero que no le gustaría. Suele ir hasta tres veces por semana para «no perder el color» obtenido durante las vacaciones. José Carlos Moreno, de la Academia Española de Dermatología no duda en calificar estos casos de adicción.
Es gente «que está obsesionada con tener su piel bronceada y por mucho que se broncee no está satisfecha, como las chicas o los chicos que tienen anorexia y siempre se ven gordos», explica. Suelen ser principalmente mujeres y menores de 40 años, las que se exponen a los rayos más de dos veces por semana, hasta el punto de adquirir un color excesivamente naranja o chocolateado.
El bronceado, una droga Las cabinas de bronceado surgieron en los años 80 en Estados Unidos. Y los investigadores norteamericanos fueron los primeros en abordar esta adicción, bautizada ‘tanorexia’, en 2000. Deseo de broncearse al despertar, necesidad de ‘dosis’ crecientes, ansiedad al parar, culpabilidad, ultrasensibilidad a los comentarios de los demás: estos síntomas son similares a los de la adicción a la heroína, señala Joel Hillhouse, investigador en la Universidad de East Tennessee.
Totalmente dependientes, algunas personas «siguen utilizando las cabinas pese a tener cáncer de piel, roban dinero a sus allegados o se compran camas de rayos UV para broncear cuando se despiertan en mitad de la noche», explica. «Una de las razones que les lleva a broncear es no ya cómo se ven, sino cómo se sienten.
Es completamente una droga», asegura Steve Feldman, dermatólogo de la Universidad Wake Forest de Carolina del Sur. Los rayos UV, procedentes del sol o de una lámpara, estimulan la producción de melanina, el pigmento que colorea la piel, y este fenómeno libera endorfinas, hormonas similares a la morfina que producen una sensación de bienestar e inhiben el dolor.
A esto se agrega la presión social: las top-models de piel color caramelo, los futbolistas ricos, guapos y bronceados, son figuras que los jóvenes quieren imitar. Pero los riesgos son muchos. La Organización Mundial de la Salud clasificó en 2012 los aparatos de rayos UV como cancerígenos. Brasil fue el primer país que los prohibió por completo en 2009, seguido por Australia. Este último país tiene la mayor tasa de melanoma (el cáncer de piel más agresivo) del mundo, con 11 mil casos por año.
Pero la enfermedad tiende a estabilizarse entre la población menor de 45 años gracias a «las campañas públicas de sensibilización y a una mayor concienciación», se congratula Vanessa Rock, del comité australiano de lucha contra este cáncer. En España, donde se diagnostican 3.600 casos de melanoma al año, «cabinas de bronceado cada vez hay más, bien como centro específico, bien como un servicio complementario en centros de belleza o gimnasios», alerta el doctor Moreno.
Pero «la población consulta al médico cada vez antes» gracias a las campañas de información, agrega. No existen todavía tratamientos específicos para los tanoréxicos. En Estados Unidos, los investigadores sugieren la creación de grupos de apoyo, similares a los de los alcohólicos anónimos, e intentar sustituir el bronceado por alternativas relajantes como el masaje o el yoga.
Moreno querría una advertencia explícita en los centros de UV, «como en los paquetes de tabaco donde pone claramente que puedes acabar teniendo enfermedades como consecuencia».