La caseta comunal de Brisas de Comuneros queda en el centro de un sector de Cali donde las balas ofician de palomas mensajeras. Con frecuencia, los enfrentamientos entre pandillas le quitan la vida a niños y jóvenes que no alcanzan siquiera a conocer la cédula.
A sus costados se ubican las invasiones Haití, El Valladito y Palmas de Comuneros, todas con la presencia de fronteras invisibles que amenazan la posibilidad de caminar tranquilamente por el sector, pues los territorios ya tienen dueños y en cada esquina hay pandillas que los custodian.
Sin embargo, en este lugar corre algo más que la violencia. De lunes a jueves, muy temprano en la mañana, 60 niños emprenden carrera para entrar a la caseta, divertirse y aprender con los talleres que unos extranjeros van a darles con sagrado empeño. Además, la jornada finaliza con un plato de almuerzo preparado por algunas madres voluntarias y otros forasteros que también enseñan, pero en la cocina.
Desde principios de este año, la fundación ‘De menos a más’ inició un proceso para intervenir estas cuatro invasiones del Distrito de Aguablanca en las que el trabajo social es tan escaso como la comida. Después de varios meses de trabajo con líderes comunitarios y jefes de pandillas de quienes necesitaban permiso, cerca de 30 jóvenes voluntarios llegaron hasta la caseta comunal para iniciar con ‘Paso a paso’, el programa con el que buscan enseñarles a madres y a niños las bases para una alimentación saludable y, además, compartir con ellos un plato de comida diario por un módico costo mensual de $2.000.
Los voluntarios provienen de países como China, Alemania, Costa Rica, Guatemala, México y Perú y todos están vinculados a AIESEC, la organización que promueve el trabajo social a nivel mundial. Al encontrar esa multiculturalidad, fueron ellos mismos los que optaron por crear un programa adicional al que llamaron ‘Growing Kids’ y que consiste en enseñarles a los niños idiomas y compartirles la cultura de sus países.
Para Walter Paz, líder de ‘De menos a más’, y emprendedor social desde hace 12 años, la alimentación saludable y las segundas lenguas no terminan siendo más que un pretexto para lograr que en esta comunidad se empiece a formar tejido social, una red de relaciones entre quienes hacen parte de ella.
El lenguaje recurrente es la violencia
El sol hace hervir la calle despavimentada y Walter trata de evitar que se forme una pelea entre dos grupos de chicos que comenzaron a agredirse con piedras afuera de la caseta comunal. Algunos de ellos pertenecen al programa ‘Paso a paso’, pero no pueden ingresar porque están cambiando la cocina de lugar debido a una recomendación de Salud Pública.
Cuando Walter logra neutralizar los ánimos me cuenta que el conflicto se formó porque a un par de niños los estaban insultando por ser afeminados. Ellos, ofendidos por tantos improperios, trajeron un grupo de respaldo para lanzarles piedras a sus enemigos del momento. Para Walter, esas situaciones son más que comunes: allá, el lenguaje recurrente es la violencia.
No es la primera vez que los voluntarios defienden a estos niños cuando les dicen «gays», «maricas» o «locas», las agresiones contra ellos son constantes. Walter y algunos compañeros han indagado un poco más y tienen serias sospechas de que ambos pequeños son víctimas de violencia sexual.
Mientras la pelea se frustra al otro lado de la reja, adentro, en el segundo piso de la caseta comunal, una de las madres pertenecientes al programa le hace una trenza a Jaqueline, la mexicana que lidera el Comité de Comunicaciones. Heidi, la morena que está tejiendo con el cabello de la joven extranjera, hace parte del grupo de cocineros que intercambian saberes y sabores: las madres del barrio les comparten sus costumbres gastronómicas y los voluntarios les enseñan cómo aplicarlas en una dieta nutritiva y balanceada.
Con especial asombro, Jacqueline pregunta que desde cuándo aprendió a hacer trenzas, pues tiene una habilidad excepcional. Heidi se queda callada porque sabe que no hay respuesta precisa, que ese conocimiento lo trajo en la sangre y no lo ha olvidado ni siquiera con los golpes de la violencia que hizo que ahora viviera en esa invasión y no en su natal costa pacífica. Y así mismo, con esas ganas con las que teje la trenza, día a día intenta tejer de nuevo su vida y la de toda su comunidad.
En julio, volvieron los almuerzos
Empieza otro lunes de julio y esta vez sí habrá almuerzo, pues la cocina ya fue adecuada en su nuevo sitio y no estará más al aire libre. El menú del día, así como el de todas las jornadas, se define de acuerdo a los alimentos que hayan donado los caleños solidarios que apoyan la causa. Esta vez, por ejemplo, hay lentejas, mayonesa, azúcar y sal. Para completar, los voluntarios toman algo del dinero que también han recibido a través de donaciones y compran papa, cebolla, tomate, ajo, arroz, huevos, cilantro y algunas maracuyás. Con esto arman el plato del día.
Conseguir los alimentos de cada día no es tarea fácil. La fundación hace campañas a través de sus redes sociales y toca muchas otras puertas, pero no ha conseguido tener una reserva para dejar de preocuparse como mínimo por una semana. Con todo eso, Walter se ha confirmado que existen dos Calis: «Una que aguanta hambre y que tiene que vivir hacinada en las invasiones, y otra ‘tranquila’ que se queja de la inseguridad que generan estas personas de los sectores deprimidos. Los robos, por ejemplo, no se justifican… pero con este tipo de proyectos uno entiende que las necesidades de esta gente son tan grandes que a veces no encuentran otras salidas.», dice.
Mientras el fogón cocina las siete libras de arroz, Sofía me cuenta que el programa ‘De menos a más’ es una ayuda muy valiosa porque le garantiza a ella y a sus hijos tener, al menos, una comida diaria. Sofía fue quien colaboró con las gestiones para que la fundación pudiera desarrollar el proyecto social en la comunidad y ahora lidera el grupo de seis madres que ponen a disposición su tiempo y sus saberes culinarios para cocinarles diariamente a todos los chicos.
Al principio, dice, fue un poco difícil entender que no era buena idea atiborrar el plato para sentir que les estaba dando una nutrición digna a sus tres hijos. Ahora sabe que cantidad no es calidad y que llenura no es nutrición, por eso trata de hacer lo mejor que pueda con los ingredientes que tenga.
Las madres y los voluntarios siguen picando cebolla y cilantro. Entretanto, los chicos y el resto de extranjeros se divierten en el segundo piso con un juego de roles. Dos niños representan a un par de policías y confiesan que eso es lo que quieren hacer cuando sean grandes: combatir el mal. Una niña, por su parte, imita a una profesora, pues ese también es su sueño profesional. A las 12 en punto el almuerzo está listo. Se sirven las porciones adecuadas de acuerdo a la edad y todos los niños van por su plato. Almuerzan. Estos pequeños, además de tener la barriga llena, también se van con el alma bien nutrida.
Gracias al apoyo de Pastoral Social, las seis madres que colaboran en la cocina van a recibir capacitaciones y un pago por su trabajo diario, además del almuerzo para ellas y sus hijos.
La fundación ‘De menos a más’ tiene abiertas las inscripciones para todos los voluntarios que quieran compartir sus conocimientos y su tiempo con los habitantes de la comuna 15.
Quienes deseen hacer donaciones de alimentos pueden comunicarse con Walter Paz al teléfono 3007144345