Las más perfectas expresiones artísticas pueden alterar nuestros sentidos y provocarnos sensaciones tan inexplicables como placenteras. Puede ocurrirle a cualquiera y en cualquier momento: en una catedral o en un centro comercial, en una boda o en el metro. Así que es probable que hayas sentido escalofríos o cosquilleos en el estómago tras escuchar una melodía, pero algunas personas los experimentan con tanta fuerza que los describen como «orgasmos de la piel».
«La experiencia puede ser tan poderosa que no te permite hacer nada más», asegura Psyche Loui, una pianista que sintió esto cuando escuchó a Rachmaninov por primera vez en la habitación de un compañero en la universidad.
Normalmente respondemos de esta manera ante lo que puede garantizar o poner en peligro nuestra supervivencia: la comida, la reproducción, o el aterrador descenso de una montaña rusa. Entonces… ¿cómo puede algo como la música provocar una reacción tan poderosa?
Unos músicos profesionales llevaron a cabo un estudio sobre la cuestión en 1991 y descubrieron que cerca de la mitad de los voluntarios que se sometieron a él experimentaron temblores, rubor y sudoración, incluso excitación sexual, al escuchar su pieza favorita. Tal variedad de reacciones podrían explicar el origen de la expresión «orgasmos de la piel».
Basándose en esa información los investigadores han podido identificar las características que desencadenan cada tipo de sensación durante el escalofrío musical. Los cambios repentinos en la armonía, los saltos dinámicos y las apoyaturas melódicas (notas disonantes que chocan con la melodía principal) son al parecer los que provocan las reacciones más poderosas. «El escalofrío musical suscita un cambio fisiológico que está unido a un punto particular de la música», explica Loui.
Haciéndoles un escáner a los voluntarios mientras escuchan su canción favorita, los neurocientíficos han sido capaces de dibujar el mapa de las regiones del cerebro que reaccionan y trazar así el mecanismo tras el fenómeno.