Para que un chavalo se fije en mí. Para calzar en el grupo de amigas. Para estar «in» y no «out». Para sentirme aceptada por otros, querida, respetada.
Pero nunca por amor propio, o porque simplemente quiero sentirme bien o alcanzar un estado saludable y pleno y punto.
Todas las veces en las que he realizado esfuerzos por adelgazar es para complacer o llamar la atención de los otros, sean quienes sean, y nunca por mí misma.
Estoy casi segura que a 9 de cada diez obesos les pasa exactamente lo mismo.
Cuando repaso los motivos que me han impulsado a bajar de peso, me doy cuenta lo equivocada que estaba.
Solo de esa manera, hasta hoy, he aprendido a luchar por ese objetivo por mí misma y por nadie más. Y noten que pongo motivos en negrita, porque es lo que a todos nos alimenta para alcanzar metas.
Para robar miradas. No más entrando a la adolescencia, recuerdo a los tres chiquillos que llegaron a gustarme durante el colegio.
En una edad tan intensa, yo quería que se fijaran en mí por bonita. Y los modelos que buscaba no eran precisamente los mejores.
Recuerdo que tenía una compañera super perseguida. Era flaca flaca como un palillo de dientes. Tanto, que sus muslos no llegan a tocarse.
Los beneficios del ejercicio son numerosos, empezando por los emocionales. Quería ser como ella y estuve toda una semana prácticamente sin comer.
Lo que yo no entendía en ese entonces es que mi fisonomía era absolutamente distinta y que jamás podría parecerme a esa chica tan popular.
En la clase de Educación para el Hogar, donde en algún momento tuvimos la tarea de coser una enagua con nuestras propias manos, la medición de la cintura para mí fue toda una odisea. Quería tener la cintura de aquella chica, que rondaba los 50 centímetros. Nunca lo logré.
¿Y se fijaron en mí? Por lo menos, no los carajillos en los que yo estaba interesada.
Sucedió lo mismo en la universidad. Mis clases de natación todos los días y el ejercicio intenso al que me sometía (no iba a un gimnasio pero aprovechaba la inmensidad de la UCR para hacer largas caminatas), era para lograr que aquel estudiante de ingeniería me volviera a ver aunque fuera una sola vez.
Ya más crecita, pasados los 30, gané uno de los primeros lugares en un concurso de fitness con él en mi pensamiento.
Hacía ejercicios para que él me viera. Alzaba pesas como si él estuviera observándome. Y me sometía a regímenes muy estrictos de alimentación para ver si, pareciéndome un poquito a él, quizá lograba la misericordia de una mirada. Ni una.
LEA: Adelgacé solo para que él se fijara en mí… y no lo hizo.
Radical. Por eso, cuando reviso, de vez en cuando, las anotaciones de mi diario, y leo en ellas comentarios de una Ángela frustrada porque los otros no la miran, solo concluyo que tuve que pasar por eso para pensar y vivir hoy de otra manera.
La mirada de los otros no tiene el peso de los primeros años.
Hoy, a quien busco es a mí misma en un esfuerzo por conocerme y quererme tal y como soy.
LEA: suba la montaña, alcance su objetivo.
Sigo trabajando en lograr un peso saludable, sin el estrés ni la presión que esa tarea antes me generaba.
No pierdo de vista el norte, pero no me torturo más con la forma en que los otros me miran. Sobre todo, cuando «los otros» no son personas realmente importantes y determinantes en el curso de mi vida.
Vivir para los demás y no en función de uno mismo, fue lo que durante muchísimos años me robó la paz. Eso se acabó.
«¿Que no soy igual a la nueva novia de mi exmarido? ¿Que mis hijos me desprecian a pesar del amor que les doy? ¿Que mis «amigos» cuchichean sobre mí solo porque no voy al gym al que ellos van? ¿Que mis amigas no me invitan más porque les da vergüenza que me vean con ellas?»…
¿Y?
La vida no está para vivirla en función de los demás, sobre todo, cuando se trata de personas que no aportan algo valioso, edificador y revificante.
Volviendo a la pregunta del inicio, ¿por quién o para qué adelgaza usted?
No lo haga por otros. Hágalo por usted mismo(a), para sentirse bien y porque, al fin y al cabo, es también una muestra de amor por usted y una forma de agradecerle a Dios –si cree en Él– por el maravilloso cuerpo que le dio para caminar por este mundo.
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