La Nacion / Estamos en verano y llegan los días de calor intenso. La salud depende del correcto funcionamiento de varios sistemas del cuerpo. Uno de ellos, y fundamental, es el que determina el equilibrio entre la ganancia y pérdida de líquido. Habitualmente nuestro organismo controla a la perfección este delicado sistema.
Nuestro cuerpo está constituido por aproximadamente un 60% de agua. Digo esto en términos generales, ya que algunos órganos contienen aún mayor proporción y es el caso, nada más y nada menos, del cerebro y el corazón donde el 75% del peso de esos dos órganos es de agua. Esto deja claramente establecido la importancia que el agua tiene para el correcto funcionamiento de nuestro organismo. Es obvio que los huesos contienen una proporción menor de agua que el cerebro, el corazón o los pulmones como ejemplo. Es por eso que decimos que aproximadamente el 60% del peso corporal es agua pero quiero enfatizar la importancia que la misma tiene en todo nuestro metabolismo pero particularmente en aquellos órganos que pueden determinar la aparición de síntomas y eventualmente enfermedad.
Como habíamos dicho este delicado sistema que permanece en un equilibrio dinámico entre las pérdidas y ganancias de agua es habitualmente muy bien controlado por nuestros sistemas cerebrales. Resulta que en el cerebro hay una región que se llama hipotálamo y es justamente allí donde unas células especializadas miden constantemente la concentración de agua en el cuerpo. Es el llamado «centro de la sed».
Ahora bien, estas células especializadas de nuestro cerebro nos informan sobre la falta de agua a través de una sensación que se hace consciente, me refiero a la sensación de sed. Resulta sin embargo, que esta sensación aparece cuando el déficit de agua ya llega a aproximadamente un 3% del agua total de nuestro cuerpo. La verdad, que este sistema es por demás eficiente durante casi todo el año puesto que al percibirse espontáneamente tomamos líquido para equilibrar las pérdidas. A esta altura quisiera comentar que el agua que consumimos, con esto quiero decir el agua de nuestro cuerpo, se utiliza constantemente y se pierde a través del metabolismo, la transpiración, la orina, la respiración y el tubo digestivo. En cambio el ingreso de agua solamente es a través de aquella que ingerimos con los alimentos o a través de las bebidas. Mantener un nivel adecuado de agua en nuestro cuerpo implica paralelamente un adecuado equilibrio de las sales sobre todo aquellas relacionadas con el sodio y el potasio. Esta condición es simplemente esencial para la vida. Cuando las pérdidas de líquido en nuestro cuerpo superan a la ganancia o ingreso de ese líquido a través de los alimentos o las bebidas ingresamos en una situación clínica de «deshidratación». Cuando esto sucede ya en etapas iniciales pueden aparecer síntomas tales como cansancio, cefalea, malestar general, alteraciones del estado de conciencia, fiebre, etc.
No todos estamos igualmente predispuestos a cuadros de deshidratación particularmente en estos días de calor agobiante. Pero quiero enfatizar que esta columna está dirigida a la totalidad de las personas independientemente del sexo y la edad. No obstante es menester aclarar que las personas particularmente predispuestas a sufrir deshidratación son en principio los lactantes y los niños como así también los adultos mayores. En ellos los sistemas de control de la sed son menos eficientes que en el adulto joven. Esto no implica que un adulto joven no pueda presentar un cuadro de deshidratación, incluso algunas veces grave. Otra población particularmente sensible a los cuadros de deshidratación son las embarazadas y las personas que realizan deporte o actividad física. La razón de esta columna es en definitiva explicar la importancia de la adecuada hidratación en todas las personas independientemente del sexo y la edad y particularmente durante el verano. Quiero decir con esto, que no alcanza habitualmente los mecanismos relacionados con la sed, sino que también debemos estar conscientes de la necesidad de tomar el líquido suficiente a los efectos de evitar un cuadro de deshidratación y eventualmente lo que conocemos como «golpe de calor».
Llegó el momento ahora de la recomendación esperada ¿cuánta agua debemos beber para evitar la deshidratación? Pues bien, el requerimiento de agua diario para una persona es aproximadamente entre 30 y 35 mililitros por kilo de peso. Claro que me va a decir, y con justa razón, pero cómo tengo que hacer los cálculos. La verdad que no tiene que hacerlos, en condiciones habituales la realidad práctica es que se requieren entre 2 y 2,5 litros por día. En los días de intenso calor una regla práctica es tomar un vaso de agua por hora.
Pero ahora, le voy a dar una sugerencia y que se trata de utilizar el medidor de hidratación personal que cada uno de nosotros tenemos. ¿A qué me refiero? Al color de la orina. Me explico, lo que sucede es que cuando estamos deshidratados la orina es de color más oscura, de un color amarillo-ambar intenso. Es lo que comúnmente se dice una orina concentrada. Esto se produce toda vez que el organismo detecta la falta de agua suficiente, con lo cual los riñones intentan retener la mayor cantidad de agua posible originando un menor volumen diario. En consecuencia, la orina va a ser muy concentrada porque para un mismo volumen de líquido van a existir una alta concentración de productos de desecho que el organismo quiere eliminar. Lo contrario sucede si sobra agua en nuestro cuerpo. Si sobra agua, el riñón intentará eliminar la mayor cantidad de agua posible diaria. En consecuencia la orina será muy clara, es decir de un color mucho más claro y más próximo al agua que al amarillo oscuro. Dicho de otro modo el riñón estará generando en esa situación una orina diluida como respuesta al hecho de que nuestro cuerpo tiene agua suficiente o eventualmente agua en exceso. Este trabajo los riñones lo realizan minuto a minuto sin que nosotros tengamos que preocuparnos de ello. Es un mecanismo automático. Pero nosotros no podemos valer de este mecanismo de modo consciente, de manera tal que en días de calor simplemente podemos observar el color de la orina y si ésta es más bien oscura significará que nos falta agua en cambio si es más bien clara indicará que tenemos agua suficiente en nuestro organismo.
¿Cuál es el truco entonces? Muy simple. Usted estará bien hidratado toda vez que la orina se aclara y estará mal hidratado toda vez que la orina sea oscura. Este simple sistema nos ayudará a saber si estamos bien o mal hidratados.
La conclusión también es simple y si la pregunta es ¿cuánta agua debo tomar para estar bien hidratado? La respuesta es: la suficiente cantidad de agua para que la orina sea de un color bien claro.
Aprender a observar e interpretar el color de nuestro orina es un mecanismo simple para conocer nuestro nivel personal de hidratación, aprovéchelo.
Espero este recurso resulte de utilidad.
LA NACION Sociedad Salud