La Nacion /
Dos veces por mes, Soledad Pomato viaja en colectivo con su carro hacia Palermo, al Mercado de Bonpland, para hacer compras. Es vegetariana, tiene una compostera en su casa, se encarga de reciclar los desechos y separa los residuos. También difunde sobre su cambio de alimentación en una página de Facebook que se llama ReLoveution Verde.
«En realidad, no es sólo un cambio de alimentación, adopté una nueva forma de vida. Además de comprar frutas y verduras orgánicas en el mercado, busco semillas, champú ecológico y jabones que no tengan químicos. Hice este clic por temas de salud. Ahora noto un beneficio a nivel energético, emocional y espiritual. Me gusta comprar ahí porque los productores transmiten conocimiento y te cuentan cómo se elaboran los alimentos», aclara la joven, de 29 años.
Ignacio compra frutas y verduras, junto a su novia, en la Feria del Productor al Consumidor de la Facultad de Agronomía. Cuenta que va allí porque le resulta más económica que la verdulería y encuentra buena calidad de productos. Destaca: «El productor es una cara conocida, voy siempre a los mismos puestos».
Más notas para entender este tema Producir cuidando el ambiente y sin insumos externos Un sector en auge y con muchas oportunidades a futuro Como ellos, cada vez más argentinos se suman al movimiento orgánico con la intención de vincularse de otra manera con los alimentos, consumir de forma distinta y cambiar el paradigma. La relación cercana con el productor es una de las virtudes que surgen en las distintas ferias que se organizan en Buenos Aires. En general, los consumidores van regularmente y ya son clientes fidelizados.
«En los últimos seis o siete años, el consumidor argentino empezó a ser consciente de que quería consumir un producto diferente. Tomó conciencia de lo que generan los agroquímicos en el ambiente y en su salud y de este modo empezó a crecer el mercado interno. El desafío es desarrollar localmente el valor agregado. Hay muchas empresas que están mirando con buenos ojos este mercado», señala Facundo Soria, ingeniero agrónomo y coordinador del área de Producción Orgánica del Ministerio de Agroindustria de la Nación. Además, aclara que el mercado interno en la Argentina se ve traccionado por frutas, verduras y alimentos perecederos.
En línea con esta tendencia, en pocos años se triplicó la cantidad de gente que se acerca a los mercados Sabe la Tierra: hoy ya son 10.000 por mes. El mercado comenzó en 2009 como un espacio donde se puede comprar directamente de manos de los productores en condiciones social y ambientalmente éticas. Así, los consumidores realizan compras responsables y la comunidad gana generando conciencia acerca de los beneficios de consumir en forma local y natural, respetando los derechos sociales y preservando el medio ambiente.
«Para nosotros es importante que el consumidor pueda comprar de quien produce y lo conozca. Me interesa difundir una alternativa de vida en contacto con la naturaleza. También, posibilitamos que un pequeño productor se transforme en una empresa. En nuestros mercados acortamos la cadena de comercialización porque no hay intermediarios. Es una experiencia distinta a la de ir a una góndola de supermercado», desarrolla Angie Ferrazzini, fundadora de Sabe la Tierra.
Ferrazzini cuenta que las personas no sólo se acercan para comprar. También traen sus reciclables y participan de distintos talleres, como huerta, bioconstrucción y alimentación.
Familias, jóvenes, chefs reconocidos y vecinos incorporaron el mercado como el lugar donde hacer sus compras, tomar contacto con los productores y pasar un día diferente. «La frecuencia semanal del mercado permite un real cambio de hábitos en el consumo. Algunos empiezan por el cambio de hábitos en la alimentación, otros por tener un compost en casa, otros por la huerta propia», destaca Ferrazzini.
Muchos toman la visita a la Feria de Agronomía como un plan familiar. Foto: Ricardo Pristupluk Plan de fin de semana Una vez al mes, miles de consumidores y 120 productores se reúnen en la Feria del Productor al Consumidor de la Facultad de Agronomía. En octubre la iniciativa cumplió cuatro años.
Para Jorgelina Corin, ir a la feria se convirtió en un plan familiar. La amplitud del predio permite que su hijo pueda disfrutar al aire libre mientras ella compra frutas, verduras, legumbres y mermeladas orgánicas.
Corin es bióloga y se especializó en ecología. Sus estudios fueron el disparador que la motivó a llevar una dieta vegana. «Cuando te adentrás en este mundo te das cuenta de que tenés que cuidar otros aspectos que no sólo implican consumir frutas y verduras orgánicas. Estamos bombardeados de químicos y la gente está tomando conciencia. Además de los alimentos, hay que prestar atención a la cosmética, los productos de limpieza y los medicamentos», dice. A medida que creció su interés por los productos orgánicos, comenzó a hacer sus propias cremas, que ya vende a terceros. «Ahora la gente les presta mucha atención a todos los productos vinculados con el cuidado del cuerpo», enfatiza.
Durante las semanas en que no está la feria, la joven, de 34 años, compra las verduras orgánicas a través de otras redes. Dice: «Me parece importante también apoyar a productores que están en la transición, es decir, que todavía no son 100% orgánicos».ß
Según Mariano Vidal, pequeño productor de hongos comestibles de la feria de Agronomía, trabajar en este espacio permite estar en contacto con el público. «Hemos logrado establecer un vínculo directo con los consumidores y saber cómo prefieren los productos. Además, sin intermediarios, los productos llegan más frescos a la gente», destaca.
Al no haber acceso para autos en el predio de Agronomía, las personas se relajan y los chicos juegan alrededor de la feria. Muchos productores van acompañados de sus hijos. La feria es autogestiva: se organiza con las autoridades de la facultad, el colectivo de feriantes que se reúne en asamblea, no docentes, docentes y alumnos. Uno de los pilares de la feria es la soberanía alimentaria. Esto significa que cada pueblo coma lo que tiene capacidad de producir y trabajar sobre lo que la tierra puede dar.
Vidal asegura que el espacio no pretende competir con la verdulería. Dice: «Queremos trabajar en conjunto. Que los consumidores demanden nuestros productos ahí también».
Gente de oficinas, alumnos y extranjeros, los clientes de San Telmo Verde. Foto: LA NACION Noe Martínez emprendió el espacio San Telmo Verde luego de pasar por la diabetes. «Cuando me enfermé, cambié mi pensamiento sobre la alimentación familiar. Por eso, a través de este espacio buscamos difundir una alimentación saludable y tratamos de que la gente se cuide sin privarse de nada», relata.
Muchos de los productores que comercializan en este espacio son estudiantes de ingeniería genética o agronomía. «Nosotros les damos la oportunidad de que desarrollen el emprendimiento. El espacio está abierto los martes y viernes, de 10 a 20. Los alimentos que se comercializan no se guardan para el día siguiente. Lo que sobra lo consume el productor. Si la feria funcionara todos los días, no habría tiempo para la producción», cuenta Martínez.
Gente de oficinas, chicos de colegio y extranjeros son los clientes habituales. «Las personas mayores se acercan por problemas de salud y los jóvenes por la toma de conciencia», señala Martínez. En el espacio, se dan charlas regularmente. El taller con más éxito es el de huertas de balcón. Allí se enseña a sembrar y en las redes sociales se recuerda el calendario de siembra.
LA NACION Comunidad Comunidad