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De acuerdo con la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Sobre esta premisa y en el marco de la Semana del Bienestar propuesta por la Organización Panamericana de la Salud, quiero dedicar este espacio a la relación cada vez más estrecha entre la calidad de la alimentación y nuestra salud mental.
Las enfermedades mentales, especialmente el trastorno depresivo, son afecciones crónicas que imponen una carga sustancial de discapacidad a nivel mundial. Dado que se estima que los tratamientos actuales sólo abordan un tercio de los casos, es necesario orientar las pautas para adoptar nuevos métodos para prevenirlas y en los casos ya diagnosticados, retrasar su progresión. Gracias a una reciente publicación del equipo de la Dra. Felice Jacka (Deakin University, Australia) hoy podemos asegurar que haciendo los ajustes apropiados, un plan de alimentación saludable, guiado por un especialista en nutrición debidamente formado, es una comprobada estrategia para el manejo de la depresión y otros trastornos asociados, que según cifras de la OMS afecta a más de 120 millones de personas en todo el mundo.
La dieta tradicional mediterránea se caracteriza por una abundancia de alimentos a base de plantas (frutas, verduras, cereales integrales, leguminosas y nueces), el aceite de oliva como principal fuente de grasa, el consumo moderado de pescado, la ingesta baja a moderada de productos lácteos y sus derivados así como un bajo consumo de carnes rojas. Este plan de alimentación tiene efectos antioxidantes, anti-inflamatorios y endoteliales, que pueden influir de manera positiva en los síntomas característicos de los pacientes diagnosticados con algunas enfermedades mentales. Un plan de alimentación basado en alimentos integrales proporciona una gran cantidad de micronutrientes, polifenoles y grasas saludables que se asocian individual y colectivamente a través de múltiples vías con una función cerebral óptima.
La Asociación Americana del Corazón recomienda que las personas con Enfermedad Crónica Coronaria documentada consuman 1000 mg diarios de ácidos grasos Omega-3 combinados, por ejemplo, través de dos a tres porciones (150 g por servicio) de pescado graso por semana. Esta recomendación resulta muy segura y apropiada dada la fuerte superposición de los ACV con la depresión. El potencial efecto protector de la dieta también podría provenir de nutrientes como el folato, que se encuentra en grandes cantidades en algunos vegetales crucíferos (brócoli, repollo y coles de Bruselas), vegetales de hojas verdes (espinaca y col rizada), otras verduras verdes (espárragos y aguacates), cítricos y leguminosas (lentejas y garbanzos).
En contraste, algunos estudios recientes han demostrado que las dietas ricas en alimentos procesados, están asociadas con una mayor probabilidad o riesgo de depresión. El alto contenido de ácidos grasos trans en los productos de comida rápida y comercial es probablemente un factor importante en los efectos adversos potenciales de estos patrones dietéticos. Los ácidos grasos trans se asocian con elevadas concentraciones plasmáticas de colesterol LDL, reducciones en el colesterol HDL, cambios proinflamatorios y disfunción endotelial, alteraciones biológicas adversas que pueden contribuir a posibles efectos adversos sobre la salud mental. Si bien es cierto que recién comenzamos a ver la luz al final del túnel, aún nos queda un largo camino por recorrer. Los estudios se centran ahora en las contribuciones epigenéticas: manifestación de las enfermedades que surgen como consecuencia del entorno que rodea al paciente. Los rasgos epigenéticos derivados de una alimentación inadecuada, repercute de manera adversa en la salud y el bienestar de esta generación y las que están por venir.