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No somos máquinas pensantes que sienten – somos máquinas sensibles que piensan
Antonio Damasio, neurólogo
El sentido común no sirve para explicar algunos dilemas de la conducta. Por ejemplo, creer que si un hombre o una mujer están considerando tener una aventura sexual o amorosa-sexual, debe ser porque su relación de pareja está en crisis o porque viven con la persona incorrecta o porque tienen una vida sexual miserable.
Me da pena ajena escuchar a algunos terapeutas aconsejar a hombres y mujeres que cuiden a sus parejas – cualquier cosa que esto signifique- si no quieren enfrentarse al dolor de una «infidelidad». Por cierto que ya tendríamos que utilizar otra palabra para describir una situación que experimentan muchísimas parejas a lo largo de su relación.
Lo que sí sabemos es que somos mamíferos y que por tanto, compartimos estructuras cerebrales con ellos aunque tenemos un neo corteza mucho más grande. La conciencia sobre los propios actos es, hasta donde sabemos, exclusivamente humana, aunque haya perros a los que solo les falte hablar.
Los humanos sentimos deseos e impulsos irracionales. Hace falta un proceso secundario para preguntarnos qué nos está pasando. Por qué no podemos dejar de pensar en esa mujer o en ese hombre si estamos felizmente emparejados y jamás cambiaríamos a nuestro compañero de vida por alguien que apenas conocemos pero que de repente necesitamos con urgencia.
Quizá el primer problema es negar nuestra animalidad y pretender que la monogamia de largo plazo es algo que se decide y que no admite grietas si hay «congruencia». Quizá esta es otra palabra que deberíamos usar con más cautela. Preséntenme a un humano cien por ciento congruente entre lo que siente, piensa y hace. Será merecedor de un record mundial en congruencia y de una bonita medalla.
Lo más humano y realista es preguntarse qué nos pasa frente al deseo:
Hay zonas del cerebro que operan en piloto automático y que se salen del control de la mente consciente. No solo lo dijo Freud. También Daniel Kahnemann, ganador del Premio Nobel de Economía en 2002, que nos explicó que a veces procesamos y decidimos demasiado rápido y sin plena consciencia. «Solo ejercitando la capacidad de introspección, se alcanza mayor control sobre las decisiones».
Igual que los animales que se acostumbran a una rutina, las personas nos habituamos a ciertos estímulos. El encanto irresistible de nuestra pareja -esos ojazos, esa espalda, esa inteligencia y ese sentido del humor- con el tiempo se vuelven lo normal y entonces nos volvemos ciegos frente a lo que un día nos conquistó.
El cerebro siente una atracción incontenible hacia la novedad, responsable del aumento de dopamina. Buscarla es el mecanismo que subyace a toda adicción. Buscar la euforia de la dopamina es en parte la causa de que la gente piense en ser infiel aunque esté contenta con su vida amorosa.
Estamos diseñados para quitarle atención a la gente que ha estado cerca de nosotros durante mucho tiempo porque no son un peligro y porque ya no constituyen una recompensa. El sistema de búsqueda del cerebro nos mantiene buscando la novedad; eso que la gente entiende como sentirse vivo. Los sentimientos asociados a la búsqueda son entusiasmo, expectativa y esperanza. Algunos no exploran por problemas con el apego y tienden a la rutina y a la depresión porque experimentar los amenaza.
Gracias a la neo corteza podemos reflexionar sobre nuestras decisiones y sobre nuestras acciones. Como no somos mamíferos simples, no solo reaccionamos sino que elegimos.
Tenemos memoria, lealtad, esperanzas y miedos pasados, presentes y futuros. No solo sentimos lujuria. También amor y miedo a la pérdida.
Quizá la única forma de gestionar la animalidad de nuestra humanidad sea disminuyendo la velocidad frente a la novedad y aceptar que la costumbre o habituación es parte de los vínculos de largo plazo. Pausar, detenerse, pensar, bajar la velocidad. Y después decidir.