El Observador /
Cuando los pacientes estudian la posibilidad de someterse a un procedimiento médico, les pueden decir que «no se conocen efectos de largo plazo». Pero a menos que se hayan estudiado sistemáticamente dichos efectos, eso no quiere decir que no los haya.
Esa es una inquietud grave para la doctora Jennifer Schneider, madre de Jessica Grace Wing, que ha donado óvulos en tres ocasiones. Wing era una estudiante de la Universidad de Stanford, alta, esbelta, atractiva, atlética y con talento musical. Decidió donar óvulos para ayudarse a pagar los estudios.
Gracias a sus múltiples donaciones nacieron cinco niños en tres familias anteriormente sin hijos.
Cuando su madre le preguntó que si donar óvulos era riesgoso, Wing respondió que le habían dicho que no. Lo que ella no sabía en ese tiempo es que nadie había examinado más allá de los efectos de corto plazo de las numerosas inyecciones de hormonas necesarias para estimular la producción de varios óvulos a la vez.
Cuatro años después de la tercera vez que donó, Wing, que tenía entonces 29 años, se enteró de que tenía cáncer de colon metastático. A pesar de que se sometió al mejor tratamiento que existía, ella murió a los 31 años en 2003, pocos días después de haber terminado de componer una ópera llamada Lost, que se presentó tres semanas después en Nueva York.
El cáncer de Wing quizá no estuvo relacionado para nada con el hecho de que donara óvulos. Pero dado que había sido una mujer cuidadosa de su salud, sin antecedentes familiares de cáncer de colon ni genes asociados con esa enfermedad, Schneider se preguntó si los extensos tratamientos de hormonas a los que se sometió su hija no habrán estimulado el crecimiento del cáncer, lo que podría significar que otras donadoras podrían estar en peligro.
Sin registros
Pero no tardó en descubrir que eso es imposible de saber pues nadie lleva registros del destino médico y psicológico de las donadoras de óvulos. Una vez que salen del consultorio, esencialmente están perdidas para la historia médica.
Schneider inició una vigorosa campaña para establecer un registro de donadoras de óvulos, que podría beneficiar no solo a las miles de mujeres jóvenes sanas cuyos óvulos permiten que otras se embaracen, sino también al creciente número de mujeres que quieren posponer el embarazo y decidir congelar sus óvulos para usarlos en el futuro.
Sin embargo, 14 años después de la muerte de su hija, todavía no se lleva ningún registro del destino de las donadoras de óvulos. Los Centros para el Control y la Prevención de las enfermedades de Estados Unidos recaba información sobre la fertilización in vitro, pero no se quienes donan óvulos en forma anónima o a familiares y amigas que no pueden embarazarse con sus propios óvulos.
Ni siquiera hay datos confiables sobre el número de donadoras.
Las clínicas de fertilidad y las agencias de donación de óvulos se anuncian profusamente, especialmente en los planteles universitarios e incluso en el metro de Nueva York, para reclutar donadoras. A estas se les paga generalmente entre US$ 5.000 y US$ 10.000 por cada donación, e incluso más si la mujer satisface requerimientos específicos del cliente.
Una mujer relató en la revista The Atlantic que había respondido a una solicitud en The Yale Daily News, de alguien que ofrecía US$ 25.000 por óvulos de «una mujer joven de más de 1,65 de estatura, de extracción judía, atlética, con una puntuación académica elevada y atractiva».
Desapercibidas
Las donadoras de óvulos generalmente son buscadas por mujeres que quieren embarazarse pero que sufrieron menopausia prematura, que tienen óvulos de mala calidad, antecedentes de enfermedades genéticas, desequilibrios hormonales, ovarios que no responden a los estímulos o que ya rebasaron la edad de 40 años.
«Las donadoras de óvulos simplemente pasan desapercibidas», señala Schneider, que vive en Tucson, Arizona, y está certificada en medicina interna, medicina de adicciones y manejo del dolor. «No es lo mismo que la donación de esperma, que no requiere inyecciones de hormonas ni ningún tratamiento invasivo. En mi opinión, a las donadoras de óvulos se les debería de tratar como a cualquier otro donador de órganos… se debería de monitorear su salud.»
Lo que tenemos ahora son reportes anecdóticos de mujeres que donaron óvulos y que posteriormente contrajeron cáncer. Por ejemplo, cinco años antes de la prematura muerte de Wing, dos médicos de una clínica de fertilidad en Londres reportaron en la revista Human Reproduction «el trágico caso de una mujer joven que murió de cáncer del colon después de haber donado óvulos a su hermana menor».
Señalaron que en se habían plateado inquietudes sobre la seguridad a largo plazo de las donadoras en la revista British Medical Journal (actualmente BMJ) en 1989, dada la gran cantidad de hormonas que se les administra a las donadoras.
Los médicos, K.K. Ahuja y E.G. Simons del Hospital Cromwell, exhortaron a la Autoridad Británica de Fertilización y Embriología Humana «a confirmar que la estimulación de los ovarios en las donadoras voluntarias de óvulos no incrementa el riesgo de cáncer por encima del promedio de fondo». Pero hasta ahora no se ha hecho nada.
Hace unos meses, en Reproductive Medicine Online, Schneider y dos colaboradoras reportaron cinco casos de cáncer de mama entre donadoras de óvulos. Cuatro de ellas era treintañeras y ninguna de las cinco tenía riesgo genético de la enfermedad. A ninguna de ellas se le dio información sobre los riesgos de largo plazo de la donación de óvulos, pues no existe esa información.
Las autoras del reporte señalan que casos aislados no establecen que la estimulación de los ovarios a la que se someten las donadoras de óvulos incremente el riesgo de varias formas de cáncer y reiteraron las súplicas anteriores de Schneider sobre «la necesidad de crear registros de donadoras de óvulos que faciliten los estudios de los efectos de largo plazo de la donación».