El Comercio /
Se acostó sobre la hierba crecida. Era verano y el suelo estaba seco y cálido, pero en la madrugada sentía frío y desde las 04:00 le fue imposible dormir. Así fue su primera noche afuera de casa. Sebastián tenía 9 años.
Vivía en Carcelén, un barrio del norte de Quito, pero se escapó porque sufría maltrato.
Su tío lo golpeaba por cualquier motivo, su abuela lo obligaba a vender pastelitos en el mercado y si no llevaba dinero era castigado con correas, palos, alambres de luz e incluso con puños y patadas.
Sebastián tenía miedo de volver y pasó otra noche en la calle. Esa vez se acomodó sobre las gradas de una cancha de fútbol.
Consiguió cartones y se escondió debajo para protegerse del frío. A la medianoche, un grupo de policías lo encontró allí y durmió en la UPC.
De esas dos noches han pasado 10 meses, ahora Sebastián vive en la casa hogar de la Madre Flora de Pallota, que es una casa para acogida de menores en situación de maltrato, abandono y violencia sexual.
Allí convive con otros 37 niños. Uno de ellos prefiere llamarse Felipe. Tiene 11 años, es delgado, pequeño y muy callado. Vivió tres semanas en la calle. Las primeras noches, el conductor de un bus le permitió dormir en el carro. También pasó la noche en un mercado y en portones de casas. Un grupo de indigentes se le acercó y le propuso que durmiera con ellos, para detener el frío.
Allí vio cómo consumían droga y se la dieron, pero él no quiso.
La Dinapen (Policía de menores) identificó tres riesgos a los que se enfrentan los niños que se van de casa. El primero es ser inducidos al consumo de alcohol y drogas. Pero también pueden ser víctimas de malos tratos y abusos sexuales.
Ivonne Daza, directora nacional de la Dinapen, recuerda el caso de un pequeño de cinco años que era adicto al pegamento. Sus padres consumían cocaína y el chico pasaba en la calle.
Sor Ángela Fratini, religiosa de la Orden de las Misioneras de la Niñez, sabe que hasta el último censo, en el 2012, se conocía que había un millón de niños que trabajaban en la calle y que de ellos un 5% se dedicaba a pasar en las vías y vivir fuera de casa. Los que son rescatados llegan a su fundación con golpes, adicciones y con su salud emocional afectada.
En Tambillo se dio una de las muertes de adolescentes que más conmocionaron a esa ciudad del cantón Mejía (Pichincha). La víctima fue un adolescente de 14 años, quien vendía caramelos en la calle. Él sufrió abuso de otro ambulante. El sospechoso fue sentenciado a 34 años y seis meses de cárcel en septiembre pasado.
En el caso de Sebastián, las dos noches que pasó en las calles recuerda que un hombre le propuso que se fuera con él a su casa y que le daría comida. El niño se negó, pero esta persona le tomó del brazo. Forcejearon hasta que el niño se zafó y huyó.
Cuando le encontró un policía lloró, levantó la camiseta y mostró un morado del tamaño de la palma de una mano en su pecho. La pierna derecha tenía otro moretón y unas marcas como de correa. En la espalda tenía una herida abierta.
El niño contó que su tío le había golpeado, pero solo explicó que llegó borracho y le agredió. Su madre tiene sordera, no habla y no pudo ayudarle.
Un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, del 2014, alerta sobre el maltrato que sufren los menores en el Ecuador. Allí se explica que los niños están acostumbrados a recibir golpes que incluso aceptan como parte de su crianza. Esta es la principal causa por la cual se van de la casa.
Uno de esos casos es el de ‘Teletubie’, un niño de 7 años, al que lo buscan en San Roque. La gente lo ha visto durmiendo en un grupo de cuatro personas con problemas de alcohol.