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Nuestra época se sustenta en dos falacias básicas, según advierte el psicoanalista y ensayista milanés Massimo Recalcati. El primero es que vivimos en una era de máxima libertad, que cada quien es absolutamente autónomo y nada debe ni necesita del otro. No hay deuda ni real ni simbólica con él. Y el segundo se centra en la muy cacareada consigna de que lo nuevo es valioso porque es nuevo, que la novedad es un valor en sí misma y que por lo tanto es necesario alentarla permanentemente.
En su ensayo Ya no es como antes , un inteligente y bello alegato en favor del amor estable frente a las relaciones descartables que hoy marcan tendencia, Recalcati dedica unas valiosas páginas al análisis de estas dos falacias. El eco de esa exploración merece oírse. Veamos la primera: se basa en la creencia, alentada por una euforia tecnológica, de que, con dos dedos y una buena dotación de artefactos, se puede prescindir del otro (el prójimo, el semejante), el cual, comparado con los juguetes que provee la tecnología, se convierte en un estorbo, en una carga. Modelos culturales y económicos contemporáneos contribuyen a ello azuzando la competencia feroz, la valoración del éxito a cualquier precio y la idea de que los bienes (por publicitados que resulten) son escasos y hay que ser el primero en llegar y, si es posible, el único en poseerlos, como si la propia identidad dependiera de ello. Desde ya, la vida sin el otro no es sustentable, pero la extendida creencia de que sí lo es, dice Recalcati, promueve el culto del individualismo, el egoísmo rampante, la adoración de la propia imagen y, en definitiva, sienta las bases de la cultura narcisista.
En los hechos la verdadera libertad se funda en la aceptación de los límites que nos imponen las leyes (de la física y de la convivencia social), la salud, la geografía, lo aleatorio, lo impredecible más todos los imponderables que no dependen de nuestra voluntad. Cuando se adquiere la madurez intelectual y emocional que permite reconocer tales límites, se desarrolla la capacidad de elegir y de responder por esas elecciones y decisiones. En el imperio del narcisismo la ilusión de que el otro no existe crea una falsa e infantil idea de libertad, según la cual todo está permitido, se es autosuficiente y desear es tener.
Ahí aparece la segunda falacia, la que pone al deseo como brújula de la vida. Entonces «el bien nunca radica en lo que uno tiene, escribe Recalcati, sino que remite siempre a lo que todavía no se posee». En la cultura del materialismo voraz y del narcisismo enceguecedor no se trata de atender las reales necesidades humanas, que no son infinitas pero hacen al sustento físico, psíquico, emocional y espiritual de la vida, sino de transfigurarlas en deseos imposibles de satisfacer, según señala el psicoanalista italiano. El nuevo objeto, la nueva sensación, la nueva pareja, el nuevo deporte, la nueva dieta, el nuevo sistema de management, la nueva gimnasia, el nuevo software, el nuevo ritmo musical, el nuevo gadget, etcétera. La innovación al servicio de sí misma, sin pregunta acerca de su necesidad. Como la función del deseo es desear, lo nuevo se hace viejo en el mismo instante de nacer y un nuevo deseo impone su urgencia.
Así es como se genera la atmósfera de insatisfacción permanente que signa a estos tiempos. Esta alocada carrera del deseo, advierte Recalcati, deviene en una alucinación colectiva. Alimenta el derroche, aleja nociones como fidelidad, permanencia, constancia, compromiso, proyecto, visión, trascendencia. Pero lo permanente no quita libertad ni apaga la pasión. Por el contrario, las orienta, les da sentido profundo, permite construir relaciones y destinos, pasar por la vida dejando una huella en lugar de la volátil levedad de un roce.
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