El Observador /
Por Santiago Clarens
Mi primer contacto con un pañal fue durante las clases de parto. Pusieron frente a mí un muñeco de un bebé para realizar el clásico simulacro. Al principio lo hice mal, pero con la práctica logré mejorar. Nunca tomé esta actividad como algo propio de las mujeres, sino como una obligación que corresponde tanto al padre como a la madre. Y así, con todo. Al mediodía, en cuanto salgo del trabajo, paso a buscar a mi hija al colegio. Tiene menos de 2 años por lo que es clave escuchar los comentarios de su maestra. «¿Comió bien?», «¿Está cambiada?», son preguntas que me surgen automáticamente. Su madre no llega del trabajo hasta la tarde, por lo que durante algunas horas somos ella y yo, padre e hija, un equipo.
Llegamos a casa, ella cansada y con sueño, llora y me pide upa. Le digo que me espere mientras improviso un almuerzo para los dos. Me insiste. La levanto y cocino con la mano que me queda libre. Comemos, le lavo los dientes, cambio su pañal y al fin, siesta. Detalles más, detalles menos, comparto esta realidad con una nueva generación de padres. Es el reflejo de un nuevo concepto de paternidad, que, aunque se gesta desde hace varios años, comienza a ver sus frutos recientemente, en particular en hombres menores de 30 años de edad. Y me pregunto: ¿responde a un nuevo modelo de masculinidad?
Las cifras «Los varones han sido socializados para cumplir el mandato de proveedor y principal responsable por el sustento económico del núcleo familiar. En este sentido, el valor del varón en su rol de padre se asocia principalmente a proveer los recursos económicos para el sustento de las estructuras familiares y no así a las tareas de cuidados de hijos, hijas y personas adultas mayores». Así lo afirma un estudio denominado «Construcción de la masculinidad hegemónica: una aproximación hacia su expresión en cifras», elaborado por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) del Ministerio de Desarrollo Social (Mides).
En ese trabajo, entre otras cosas, se recuerda que «la bibliografía especializada ha indicado que la adscripción de varones a comportamientos socialmente considerados ‘femeninos’ conlleva una respectiva sanción y condena social, dado que el comportamiento ‘no-masculino’ es desprestigiado». Y la realidad de los varones uruguayos no es ajena a esta situación.
Según el informe de Inmujeres, cuando se trata del cuidado de niños de 0 a 12 años, las mujeres dedican en promedio una tasa de participación del 80% con 21,2 horas semanales. Los hombres, en tanto, dedican 14,8 horas semanales y la tasa es del 59,2%. «Son las actividades recreativas las que tienen mayor involucramiento de los varones, con una tasa de participación de 43,4% y un tiempo promedio de 14 horas semanales. También puede constatarse que las actividades en las cuales se registra la mayor brecha entre varones y mujeres son las relacionadas a la alimentación e higiene», detalla el trabajo.
La asistente social y directora de Inmujeres, Mariella Mazzotti, explicó en diálogo con Seisgrados: «Hay menos tiempo de parte de los hombres para asumir tareas vinculadas a lo doméstico, y cuando lo hacen es en las tareas más fáciles: llevar a los niños a jugar a un parque o hacer los mandados». Y ejemplificó: «Es más liviano llevarlos a jugar que atenderlos cuando están enfermos, cuando tienen necesidades afectivas a flor de piel, cuando están más caprichosos o más demandantes».
Desde la escuela
El «género» como tema de estudio se enseña en las escuelas públicas uruguayas desde el 2008. El programa que comenzó a regir desde ese año (y que se utiliza actualmente) establece que desde nivel 3 hasta 6º año los maestros deberán incluir en su dictado de clases conceptos sobre la temática.
En el programa escolar del Consejo de Educación Inicial y Primaria se detalla que se debe tomar el género desde una concepción que «trasciende el sustrato biológico» y que tiene que ver más con una «construcción social» y con la cultura. En su marco teórico, establece que la escuela debe lograr «desnaturalizar algunos constructos culturales vinculados a los roles» y «poner en cuestión la reproducción de los modelos existentes».
Por ejemplo, en nivel 3 los maestros deben incluir aprendizajes vinculados a la identidad de género, al «reconocimiento y la valoración de sí mismo». También se enseñan aspectos sobre el nombre propio y el del otro, y los roles dentro del grupo familiar y escolar. En nivel 4 y 5 esos conceptos se refuerzan e incluso se trabaja sobre los estereotipos sociales y las tradiciones. Una vez que el alumno ingresa a primaria aparecen conceptos de mayor peso, como el del sentido del trabajo en la vida humana, las mujeres y los hombres en el trabajo, la igualdad y la discriminación. Además, hasta 6º año los docentes de las escuelas públicas deben enseñar cuál es el papel de los medios de comunicación y de los estereotipos publicitarios, cuál fue el rol de las mujeres y de los hombres en la historia del Uruguay, qué se entiende por orientación sexual, maternidad y paternidad, entre otros temas.
Pese a la existencia de estos contenidos en el programa escolar, la socióloga Teresa Herrera, vocera de la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual, duda que efectivamente esto se enseñe en los cursos. «Habría que preguntar cuántas maestras y maestros lo usan (al programa) y cuántos siguen perpetuando los roles. Te digo más, estoy haciendo una investigación en zonas marginales y en muchas de las escuelas todavía siguen haciendo formar a los nenes de un lado y a las nenas del otro. Y en la actividad física los nenes juegan a la pelota y para las nenas hay otra cosa. Es decir, empieza desde ahí», sostuvo Herrera, y agregó: «Habría que empezar por la educación y por cambiarle la cabeza a los docentes. Incluso los materiales de estudio recién ahora están empezando a cambiar, pero sigue habiendo textos en las escuelas que dicen ‘mamá hace la comida’ y ‘papá sale a trabajar'».
Aunque cree que todavía falta mucho por hacer, sostiene que percibe un avance, y pone como ejemplo la nueva campaña publicitaria de la marca Mr. Músculo, que históricamente utilizó mujeres para demostrar la efectividad de sus productos y ahora también utiliza hombres en sus spots. Para Herrera, los avances hacia la equidad en las tareas del hogar se demuestran más a nivel discursivo que en acciones concretas. «Todavía las decisiones de las cosas del hogar son de las mujeres. Los hogares deberían llamarse todos ‘monoparentales’ porque están todos en manos de las mujeres». Aclaró que para encarar este tema no solo hace falta una reacción de los varones, sino también de las mujeres, quienes deberían eliminar el concepto de que «el hombre ayuda en la casa». «A nadie se le ocurre decir que la mujer ‘ayuda’. Mirá si tendremos arraigados los estereotipos y los roles. Además, las propias mujeres muchas veces decimos ‘me lava los platos’, ‘me ayuda con la ropa’. ¡No!, nadie ayuda en la casa. La casa es de todos», insistió.
El nuevo paradigma masculinidades 2
Existen lecturas más optimistas que las de Teresa Herrera. Es el caso del psicólogo Darío Ibarra, investigador del Centro de Estudios Sobre Masculinidades y Género, una asociación civil sin fines de lucro especializada en estudios sobre los varones, que promueve las relaciones de género equitativas y sin violencia hacia las mujeres y los niños.
«Hay un cambio cultural enorme, que se ve en el involucramiento de los hombres en varios aspectos vinculados a lo doméstico. Sobre todo en las generaciones jóvenes menores de 30 años», indicó Ibarra y explicó que los mayores de 30 en general tienen instalado el viejo chip de que los hombres «ayudan» o «colaboran» en casa. «Son las palabras que usan los hombres que consideran que las tareas domésticas no son prerrogativas de hombres». Por otro lado, detalló que los más jóvenes son los que creen que las tareas domésticas y el cuidado de niños y ancianos les pertenecen a ellos tanto como a las mujeres. «Ya vienen con ese cambio cultural. Y los niños y adolescentes actuales están como más convencidos de eso. Hablo de una tendencia», aclaró.
En Inmujeres, Mazzotti discrepó con este punto. «La Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud dice que en los jóvenes los cambios son más en el discurso que en la práctica. En sectores montevideanos o metropolitanos, educados y de clase media, seguramente hay un número de varones más amplio que lo que había en otros momentos con más disposición a involucrarse con sus hijos. Pero no creo que sea una realidad en todo el país», afirmó la asistente social.
Para Ibarra, por el contrario, sí se vive un cambio importante que hay que valorar. «Quienes trabajamos para la equidad de género vemos transformaciones. Se ven hombres involucrados en diversas tareas, hombres que se pueden emocionar, que pueden comprometerse más que otros padres del siglo pasado». El experto explicó que esto se debe a que estamos enfrentando un nuevo paradigma: el de la igualdad y la equidad de género, el paradigma feminista. «Yo como hombre soy feminista porque considero que los hombres y las mujeres tenemos que tener igualdad. La ideología feminista considera que los hombres y las mujeres tenemos que tener los mismos derechos y las mismas oportunidades en cualquier aspecto de la vida. Es el nuevo paradigma y cada vez hay más hombres feministas».
Para el psicólogo este nuevo modelo se refleja también en el vínculo padre-hijo. «Los padres están cada vez más cuidando a sus hijos y reciben los beneficios de ser padres comprometidos, respetuosos y amorosos». Sin ir más lejos, contó que recientemente concluyó una investigación en el Centro de Estudios Sobre Masculinidades y Género con los hombres que participan de los grupos para abandonar las prácticas violentas, de la que se desprendió que uno de los motores por los que se acercaban a trabajar en los grupos era porque tenían hijos.
Pero la visión positiva de este psicólogo tiene una contracara. Detalló que, aunque las transformaciones que se dieron son profundas e importantes, aún falta mucho para cambiar a los hombres. Queda camino por recorrer para lograr la equidad absoluta. «Hay que seguir trabajando en todas las áreas que tienen que ver con las masculinidades: en abandonar la violencia, en las paternidades comprometidas, en la sexualidad, de la que tenemos poca idea», y concluyó, «Si bien cambiaron las prácticas en la sociedad, el patriarcado aún existe. La cultura sigue siendo violenta y homofóbica».
Y con este panorama, pienso en mi hija, en su presente y su futuro. Le temo a esa violencia y a esa homofobia. Pero al mismo tiempo confío en que nuestra generación puede hacer la diferencia y más aún confío en que cuando ella sea adulta -y si decide vivir en pareja con un hombre- la expresión «ayuda en casa» no sea la que utilice cuando lo vea cocinar.
Más (nuevos) papás en casa Hasta hace pocos años cuando nacía un bebé, el padre -en caso de ser trabajador privado- contaba solamente con tres días de licencia para quedarse en casa luego del parto. Así lo establecía la ley 18.345. Los públicos, en cambio, contaban con 10 días. Pero en 2013 fue aprobada otra ley, la 19.161, que aumentó de forma escalonada la cantidad de jornadas de licencia paternal para los privados, hasta llegar a los 13 días. Ese es el máximo y por el momento no está previsto agregar más.
Esa ley tiene otro componente que, según Heber Galli, presidente del Banco de Previsión Social (BPS), está aún más ligado al reparto equitativo de las tareas del hogar: el medio horario de cuidados. «Establece que hasta los seis meses del bebé la madre o el padre podrán tener un régimen de empleo de cuatro horas en el trabajo y cuatro horas subsidiadas», informó Galli, para quien, dado que las tareas del hogar están altamente feminizadas, este es un aspecto que procura una mejor distribución. «Se busca abrir las posibilidades con estos mecanismos para que los varones tomen más tareas del hogar y haya un reparto más equitativo», señaló. Desde 2013 hasta el pasado viernes 9 de junio del 2017, el medio horario de cuidado fue solicitado por 27 mil personas, de las cuales solo 504 eran varones. «En el sector público esto todavía no está», aclaró Galli, aunque los públicos tienen desde hace tiempo el denominado «medio horario de amamantamiento», en el que las madres pueden acceder por seis meses a medio horario de trabajo para la lactancia