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Hasta hace muy pocos años las mujeres han estado marginadas en todos los campos del saber científico.
Y la medicina tradicional no ha sido una excepción. No solo han sido hombres los que han ocupado, y siguen ocupando, los espacios de poder en la práctica médica; hasta los años 90 estaba prohibida la participación de las mujeres en cualquier ensayo clínico, por lo que la descripción de las enfermedades y sus tratamientos se hizo en base a pacientes masculinos, con la correspondiente invisibilización de la realidad de muchas mujeres.
Al contrario de lo que defendían los profesionales de la medicina, quienes creían que estudiar a los varones era estudiar al ser humano y que a partir de experiencias masculinas se podían inferir los resultados en las mujeres, el cuerpo de los varones no puede emplearse como el modelo neutro, ya que ambos sexos no poseen las mismas características ni procesos biológicos.
Hombres y mujeres tienen una endocrinología, una genética y una fisiología muy distintas. Con un metabolismo dispar, tampoco reaccionan igual a los mismos medicamentos y, además, poseen una sintomatología y una neurología diferentes. Asimismo, factores como la cultura y el medio ambiente inciden en mayor medida en la salud de las mujeres, quienes, normalmente son sometidas a unas demandas externas mucho más exigentes que los hombres (los trabajos de cuidado son mayoritariamente realizados por mujeres) y que pueden dar lugar a otras enfermedades.
Este androcentrismo que ha impregnado toda la ciencia médica a lo largo de la historia ha tenido consecuencias muy destructivas y perjudiciales para las mujeres, quienes han visto cómo, a menudo, se cometen errores en su diagnóstico, se somatizan sus patologías físicas o se medican procesos naturales como la menstruación o la menopausia.
Según la Sociedad Española de Cardiología, las mujeres tienen más probabilidades de morir en el curso de un infarto que un varón de la misma edad, con un 50% de posibilidades frente al 30% masculino. Esto ocurre porque ellas no presentan los síntomas considerados como «normales» en los hombres durante un ataque cardíaco. Así, muchas mujeres confunden el infarto con una crisis de ansiedad y acuden a buscar ayuda más tarde, lo que acaba produciendo retrasos en el diagnóstico de hasta una hora, infra-diagnósticos e incluso tratamientos inapropiados.
Además del diagnóstico tardío, a las mujeres se las tiende a explorar menos que a los hombres ante el mismo problema y a prescribir más ansiolíticos y antidepresivos. Se supone, sin haberlo probado, que existen diagnósticos más prevalentes entre las mujeres, como la depresión o la ansiedad; sin embargo, en el tratamiento de su salud mental no se valora la parte social ni la psicológica y únicamente son tratadas con psicofármacos.
Asimismo, en el sistema médico existe una mayor inclinación a pensar en la somatización cuando las mujeres presentan enfermedades más predominantes en el sexo femenino o exclusivas de este, como la fibromialgia o la endometriosis. Esta tendencia a ignorar las quejas y demandas de las mujeres muestra que la psicologización de las enfermedades se emplea con menos reparo para diagnosticar a la población femenina.
Aunque ambos sexos son diferentes, son tratados como iguales en las actuaciones y protocolos; mientras que en los procesos en los que deberían ser considerados iguales, como en la exploración y prescripción de fármacos, son tratados como diferentes. En definitiva, la práctica médica no tiene en cuenta la diferencia cuando procede y sí la introduce cuando no procede.
La igualdad entre hombres y mujeres en la atención sanitaria es imprescindible en una sociedad democrática y, aunque dejar atrás los viejos principios del androcentrismo que ha primado durante todo el siglo XX no es fácil, la medicina no puede seguir actuando como si el sujeto humano fuera masculino.
Las campañas de concienciación son solo el primer paso para alcanzar una sanidad pública eficiente e igualitaria. Esta pasa también por la igualdad en la investigación y en el tratamiento de enfermedades. Crear una organización sanitaria más sensible con respecto a las mujeres y una medicina basada en la participación ciudadana puede ayudar a democratizar la sanidad y a incorporar a la mujer en la decisión sobre su entorno.
Periodista | Twitter: @SaraaMosleh | CCS