El Clarín / Los niños, especialmente los que están en edad preescolar, que se acuestan tarde tienen el doble de riesgo de padecer obesidad en la adolescencia que aquellos que se van a sus camas más temprano. Eso afirma un estudio realizado por investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Estatal de Ohio en Columbus, en Estados Unidos.
La investigación se realizó entre la población de los Estados Unidos que posee otras costumbres y horarios que los nuestros. Es por eso que los especialistas que llevaron a cabo el estudio hablan de una hora límite: las 20, para que los chicos se acuesten. La inmensa mayoría de los chicos argentinos no se acuestan a esa hora nunca. Aún así, la importancia de respetar una rutina para acostarse y que lo hagan temprano puede trasladarse hasta estas pampas.
El estudio, publicado en la revista The Journal of Pediatrics , sostiene que los niños pequeños que se acuestan tarde son más proclives a ser obesos al llegar a la adolescencia, incrementándose así su riesgo de padecer enfermedades como las cardiovasculares, la diabetes e, incluso, el cáncer.
«Nuestros resultados refuerzan la importancia que tiene para los padres el establecimiento de una rutina para que sus hijos se vayan a la cama. Se trata de una medida concreta que pueden adoptar las familias para reducir el riesgo de obesidad de sus hijos y que, muy probablemente, tenga efectos positivos sobre su comportamiento y desarrollo social, emocional y cognitivo», sostuvo la directora de la investigación, Sarah Anderson.
Menos sueño, más obesidad
El estudio constó de dos fases: una primera en la que los autores analizaron los hábitos de sueño de 977 niños en el momento en el que contaban con una edad próxima a los 4,5 años; y una segunda en la que los investigadores evaluaron el índice de masa corporal (IMC) de los participantes cuando ya habían alcanzado la adolescencia -la edad promedio de los otrora niños se estableció en 15 años.
Atendiendo a los hábitos de sueño de los participantes, los autores pudieron distinguir entre tres horarios en los que los niños se iban a la cama: antes de las 20, lo que constituía la rutina habitual de una cuarta parte de los menores; entre las 20 y las 21 horas, hábito seguido por la mitad de los participantes; y más allá de las 21, horario que mantenía el 25% restante.
Los resultados mostraron que apenas un 10% de los adolescentes que se acostaban antes de las 20 de la tarde en su etapa preescolar acabaron desarrollando obesidad. Un porcentaje que se estableció en un 16% en el caso de los adolescentes que, siendo pequeños, se iban a la cama entre las 20 y las 21 y que se elevó hasta un 23% en el de aquellos que aun a muy corta edad no se dormían antes de las 21.
En este contexto, debe recordarse que un estudio previo ya había demostrado que los niños que se acuestan tarde tienen un riesgo mayor de padecer obesidad al cabo de cinco años. Sin embargo, la nueva investigación va más allá: alerta de que este aumento del riesgo empieza ya en la fase preescolar y, además, que dicho incremento se mantiene durante más tiempo, cuando menos durante una década.
Pero, ¿que los niños se acuesten más temprano es una garantía de que se duerman antes? Evidentemente, no. Pero como destaca Sarah Anderson, «si bien el irse a la cama antes no asegura que el niño vaya a caer inmediatamente en un sueño profundo, el establecimiento de una rutina consistente a la hora de acostarse aumenta la probabilidad de que el niño duerma la cantidad de horas necesarias para su mejor rendimiento».
En definitiva, los resultados aportan una nueva evidencia sobre la necesidad de que los niños se acuesten temprano. De hecho, ofrecen una base científica a los pediatras para que aconsejen a los padres al respecto.
«En nuestro trabajo nos centramos en el horario de irse a la cama porque tiene un mayor impacto sobre la duración del sueño que el horario en el que los niños se despiertan, sobre el que los padres tienen menos control. Y es que cuando los propios progenitores y sus hermanos más mayores se levantan, los niños pequeños también suelen hacerlo», explicó Anderson, y siguió: «también somos conscientes de que acostar pronto a los niños supone un mayor reto para unas familias que para otras».
Sea como fuere, lo cierto es que los niños, sobre todo los muy pequeños, tienen que irse a la cama temprano. Y es que como ya demostraron otras investigaciones previas, la mayoría de los menores de corta edad están biológicamente programados para dormirse antes de las 21.
Fuente: ABC