Estampas / Uno de los aprendizajes más radicales que trae consigo la maternidad es el del control. Las mamás, o al menos algunas, incluida yo, por supuesto, tenemos la tendencia a querer controlar aspectos de nuestra vida (y la vida de quienes nos rodean) que no son controlables. Desde que nos enteramos de que estamos embarazadas la ansiedad se hace presente ¿Por qué? Porque entendemos que más allá de comer saludable, tomar nuestras vitaminas y mantener chequeos médicos frecuentes hay situaciones que no dependen de nosotras.
Cuando pasamos por la dura experiencia de una pérdida gestacional uno de los pensamientos (y sentimientos) más recurrentes es el de que ni siquiera tenemos control sobre nuestro cuerpo.
Cuidamos a nuestros hijos, les damos una buena educación, los atendemos, les brindamos amor, pero «nos encomendamos a Dios» en cuanto a su salud y bienestar se refiere, porque aunque no nos guste pensar en eso, sabemos que los accidentes ocurren y las enfermedades existen y no siempre «perdonan» a los más pequeños.
Siempre he creído que la maternidad nos da una nueva perspectiva sobre la vida y creo que empieza por esto: entendemos la fragilidad de todo (y de todos) y nos volvemos más humildes y también más agradecidas.
Entendemos que por eso debemos disfrutar cada instante, por más «agobiante» o difícil que nos parezcan ciertos momentos. Pero el control no lo anhelamos únicamente en los aspectos trascendentales como la vida y la muerte, si no también en los más pequeños; en nuestra rutina cotidiana.
Estamos listas para salir de casa y justo en el momento en que nos montamos en el carro el bebé «se hace» y hay que subir a cambiarlo. Queremos que el niño haga la siesta antes de irnos a la fiesta infantil que nos han invitado, pero él «decide dormirse» justo antes de llegar.
Soñamos con el primer cumpleaños de nuestro tesoro y ese día justamente está de mal humor. Tenemos una reunión de trabajo importantísima y ese día el pequeño se enferma. La naturaleza impredecible de los niños contribuye también a la sensación de incertidumbre, pero lo cierto es que nunca hemos tenido control sobre ciertas situaciones. Lo que sucede es que tener hijos y volvernos más vulnerables intensifica esa zozobra.
Sin embargo, dejar de intentar controlar lo «incontrolable» y aceptar que hay situaciones que no dependen de nosotras es el secreto para una vida feliz, o al menos una existencia más serena. Enfoquémonos más bien en vivir el presente y en sacar el mejor provecho de las circunstancias que la vida nos presenta. No tenemos la posibilidad de controlar «todo», pero sí podemos «controlarnos» nosotras mismas; nuestras palabras, pensamientos y acciones. Twitter: @agobiosdemadre Instagram: @agobiosdemadre Facebook Fan Page Agobios de Madre