Por Raysa Karina Conde
Mi esposo y yo fuimos padres por primera vez 6 años después de casarnos (sí, posponiendo la maternidad lo más que se pudiera mientras nos acomodábamos al matrimonio), y luego pasaron casi 6 años más antes de traer al mundo al segundo retoño (y sí, también posponiendo lo más que se pudiera la siguiente entrega de la cigüeña mientras nos adecuábamos a la primera).
Creo que sentimos un poco de presión por la edad (ya entrábamos a los 30s) y también al ver que nuestras hermanas menores se convertían en madres. Bueno, y así fue como todo se decidió «súper espontáneo» y llegaron los 2 peques al mundo. A voltearnos de cabeza y a brindarnos un aspecto delicioso de la vida adulta, que fue convertirnos en padres.
Ciertamente este proceso conlleva mucho como ser humano y trae consigo una profunda transformación que toca hasta los rincones más insospechados. Allí, en estas esquinas no habitadas de tu interior, ves cómo se llenan por primera vez esos espacios y transforman tu más sagrada percepción. Para nosotros el camino ha tenido de todo, cosas predecibles y cosas inesperadas, pero creo que lo más maravilloso ha sido vernos convertidos en 4 y sentir por primera vez lo completo que estás.
No importa todo lo que deseaste, imaginaste o planeaste para ti. Si no lo hiciste antes de la «conversión» olvídate del orden divino que estableciste, TODO ESO CAMBIA. De repente eres capaz de lidiar con todo, tal cual malabarista de circo: con los peques, con tu pareja, con tu trabajo, con la casa y contigo misma. Todo se prioriza con una armonía mágica, donde, sin necesidad que nadie te lo diga o exija, te vuelves diferente, tu mundo se sacude y tu propósito se redefine.
Ser mamá te dispone a pensar en otros, a sacrificar muchas cosas, a hacer un compromiso de por vida con estas personitas que traes al mundo, aunque eso conlleve apartarte a veces de tus propios intereses y hasta distanciarte de ti misma.
Mis hijos me lo han dado todo: direccionaron mi vida, me enseñaron a amar incondicionalmente y sobre todo a apreciar el valor de las cosas simples pero reales. Esos pequeños que de improviso me bañan con besos y abrazos, o que se tumban sobre mí para descansar, son las mismas personas que anhelo me besen, abracen y busquen cuando ya sean mayores. Para eso trabajamos (como dicen por ahí…), y por eso estoy dispuesta a darlo todo, incluso a intentar cada día algo nuevo.
¿Y saben qué? Todos los sueños que tuve años antes, mis planes, mi visión y corazón se alinearon para tomar este nuevo camino. Solo con la llegada de los hijos muchas cosas hacen sentido, crece el reto y tu meta personal es más desafiante. Aparece ese nuevo impulso que trae más felicidad y seguro la mejor aventura de tu vida.