¿Cuántas vocecitas puede haber dando vueltas dentro de la cabeza de una niña o de todos y cada una de las personas? A Pete Docter se le ocurrió preguntárselo, darles vida a las emociones y el resultado es «Intensa-mente», la película animada de Disney Pixar que se estrenó a mediados de junio y por la que el ganador del Oscar (por «Up») estuvo de visita en Buenos Aires hace semanas. Con el estreno de este film, la fascinación por el cerebro llegó a la pantalla grande.
El cerebro está de moda, los especialistas en neurociencias escriben bestsellers, tiene columnas en los medios y dan charlas en teatros. El último film de Disney se vale de conceptos científicos para explicar qué pasa en la cabeza de Riley, una nena de 11 años que se muda a otra ciudad. «Más allá de la ficción, la película hace una presentación ingeniosa de muchos conceptos modernos de la psicología cognitiva y las neurociencias. Utiliza vocabulario generado en forma científica, como las emociones básicas y la consolidación de la memoria durante el sueño», explicó a Clarín el licenciado Fernando Torrente, director del Departamento de Psicoterapia Cognitiva de INECO.
En «Intensa-Mente» el cerebro de Riley aparece como un campo de batalla en el que cinco emociones-personajes (Alegría, Tristeza, Furia, Temor y Desagrado) se pelean por imponerse. No fueron escogidas al azar, los guionistas basaron su elección en las investigaciones del psicólogo norteamericano Paul Ekman, quien determinó que existen seis emociones básicas (en el film falta la «Sorpresa»).
El creador de la película, Docter, de 46 años e inventor también de «Monsters Inc.», se caracteriza por crear universos propios y fantásticos: aquí crea un comando central en el cerebro de Riley, donde Alegría, Tristeza, Furia, Temor y Desagrado se pelean y establecen distintos estados de ánimo.
¿Por qué nadie puede evitar estas emociones? Estanislao Bachrach, doctor en Biología Molecular y autor del libro «Ágilmente», contó también a Clarín que existen «porque fueron claves para la supervivencia del Homo sapiens». El enojo, por ejemplo, era necesario; si un ser humano cazaba y no le convidaba a su compañero, este debía enojarse para pelear por su ración de comida, o moría de hambre. Desde esta perspectiva, las emociones no se dividen en buenas y malas, todas cumplen un rol. «Las denominadas emociones negativas tienen funciones muy importantes, se las llama así no porque sean inconvenientes, sino porque se viven con displacer», indica Torrente.
La tristeza, una emoción que se ha querido desterrar a fuerza de Prozac y otros fármacos, «sirve para aumentar la reflexión sobre nuestras vidas, dar una pausa para reorganizar nuestros planes y concitar la ayuda y el afecto de otros seres humanos», señaló.
Y aunque según la creencia popular, las emociones se ubican en el corazón, en realidad ellas residen en el cerebro, con más precisión en el cerebro límbico; mientras que el neocórtex se encarga de lo racional y el cerebro reptiliano de lo instintivo.
«Al que más tiempo se le dedica es al córtex, por eso en las escuelas se estudia lengua y matemáticas; sin embargo el que más usamos es el límbico, de él dependen casi todas las decisiones que tomamos en el día», señala Bachrach. La etapa que transcurre entre el nacimiento y los ocho años es clave, ya que en ese período «los hábitos de pensamiento, comportamiento y emociones se transforman en creencias», indicó. La crianza y la educación tienen un papel fundamental.
Se estima que cada día pasan por la mente 68 mil pensamientos, ya lo decía Descartes «pienso, luego existo» y aunque parezca contradictorio, la reflexión es la gran ausente, la mayoría de las veces el cerebro piensa en piloto automático, actúa sin preguntar. «La gente no sabe qué piensa, por eso cuando uno le pregunta si es optimista o pesimista, no sabe qué responder o quizás responde «optimista», pero después analiza cada pensamiento que tuvo a lo largo del día y se da cuenta de que no es así», señaló Bachrach.
Pero estar atento a lo que se piensa es la llave para regular las emociones. «En la mayoría de los casos, las emociones no nos obligan a actuar de un modo específico, sólo vuelven más probable un tipo de respuesta», aclaró Torrente, «pero con cierto esfuerzo se puede cambiar la conducta favorecida por una emoción; es lo que pasa, por ejemplo, cuando nos guardamos el enojo frente a un comentario que nos molesta», agregó el especialista.