Opinión – Ideas Saludables https://ideasaludables.com Las noticas mas imporantes para mantener sano tu cuerpo y mente . Tips, recetas, consejos y recomendaciones que harán que tengas una excelente calidad de vida Sun, 23 Jul 2017 14:37:18 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.4.5 148639029 Onetti: querer, fracasar, envejecer https://ideasaludables.com/2017/07/23/onetti-querer-fracasar-envejecer/ Sun, 23 Jul 2017 13:15:35 +0000 http://ideasaludables.com/2017/07/23/onetti-querer-fracasar-envejecer/ El Comercio /

Los lentes colgando sobre las sienes, pesados y negros, la cancina voz de un hombre habituado a fumar y a guardar silencio, la mirada atrincherada en la desconfianza, siempre esquivo o apático, J uan Carlos Onetti Borges enfrentó la vida con una mueca escéptica.

Su obra literaria expone ese fracaso existencial que revela la miseria y la orfandad del ser humano.

En 1939 publica ‘El pozo’, una novela existencia l-intimista, guía ética de un solitario que se resiste a morir aplastado por el vacío afectivo. «Yo soy un hombre solitario que fuma en sitio cualquiera de la ciudad», exclama Eladio Linacero, quien expresa la necesidad de repudiar todo contagio social y a la vez -preso de una isla interior- aferrarse a la imaginación como única ventana para tolerar la asfixia.

Con fatiga, derruidos por la vejez y abatidos por la monotonía de los días o la soledad, los personajes del maestro Onetti finalmente se liberan de la hipocresía , de la máscara de estados idílicos -o dudosos- como la felicidad, el éxito, la maternidad/paternidad o la plenitud del amor.

Toda empresa humana está destinada a la corrupción , a la mentira. El amor se pervierte y se pudre con la rutina. Los casados disimulan el silencio y el desinterés en el que ha caído su vida común sosteniendo un niño en brazos. La comunicación con el otro es imposible o abocada al desencuentro. Todos los sueños, a la postre, quedarán colgados como vidrios rotos en los marcos de viejas ventanas… Es lo que parece explicarnos el escritor uruguayo en cada uno de sus libros.

Onetti ha sido descuidado en este tiempo fatuo donde las redes sociales pregonan felicidad al exhibir la foto en una playa vulgar. Y sin embargo…

«Las personas se quejan de estar deprimidas, de insomnio, de ser infelices en su matrimonio, de no disfrutar de su trabajo y otros trastornos semejantes. Generalmente creen que este o aquel síntoma en particular constituye su problema y que, si pudieran librarse de ese trastorno especial, se pondrían bien. No obstante, estas personas no ven que su problema no es la depresión, el insomnio, el matrimonio ni el trabajo. Estas quejas diversas son solo la forma consciente en que nuestra cultura les permite expresar algo que está mucho más profundo. El sufrimiento común es la enajenación de uno mismo, de nuestros semejantes y de la naturaleza; la conciencia de que la vida se nos escapa de las manos como arena y que moriremos sin haber vivido; que se vive en medio de la abundancia y, sin embargo, no se siente alegría», señala Erich Fromm en ‘Psicoanálisis y budismo zen’ .

Onetti mira a través de la pérdida y el fracaso la exacta medida del ser humano.

«Perder, perder para encontrar, lo que ha sido tomado de la boca del jaguar, perder perderlo todo, y cuando lo hayas perdido todo, has de perder eso también», escribe Mario Montalbetti, poeta peruano .

Los personajes de Onetti a través del fracaso -pisoteando las charcas del infierno- curten su experiencia vital, se quitan de encima -como una rana pegajosa- la esperanza o las ilusiones vanas.

Todos (Larsen, Ana Inés, el doctor Díaz Grey, Bob, Eladio Linacero, Jeremías Petrus…) empiezan en el cuento o en el primer capítulo definitivamente acabados, derruidos o acechados por la certeza de la vejez o la muerte.

‘La cara de la desgracia’, ‘El infierno tan temido’, ‘El pozo’, ‘Cuando ya no importe’, ‘La vida breve’, son títulos elocuentes sobre esa visión corrosiva del autor.

‘Tan triste como ella’, por ejemplo, es un magnífico relato dedicado a aquellas mujeres convencidas de que la llegada de un bebé cambiará sus vidas.

‘Bienvenido Bob’ es un cuento perfecto para toda la inefable generación de milenials. Aquí Onetti clava su uña sobre la inocencia y la estupidez de un muchacho confiado en que su tesoro es la juventud .

Para Juan Carlos Onetti no hay manera de vencer ni de esconderse de ese monstruo inapelable llamado ‘el paso del tiempo’: todo lo que toca lo marchita o destruye.

El uruguayo venera a las mujeres y escribe que hay dos en la vida de todo hombre. En la ficción -aclaro-, la primera es la muchacha que espera en el parque, las rodillas juntas e inocentes. Es la doncella que no conoce la maldad y la miseria del mundo. Tiene el corazón saludable, amoroso y añora la felicidad, aunque ya camine al filo del abismo (remitirse a Elvirita, personaje de la novela ‘Cuando ya no importe’).

La segunda mujer nace de la primera, cuando ha perdido su halo de candidez, y se va educando en la mentira y el desencanto. Es una mujer acechada por los años y que después del desengaño -propio de los fracasos amorosos- está lista para herir, para hacer daño (remitirse a Gracia, personaje del relato ‘El Infierno tan temido’, quien le envía a su expareja fotos obscenas con otros hombres, para martirizarlo).

La muchacha símbolo de plenitud de vida se contrapone con la vejez, anticipo de la muerte. Entre estas dos antípodas se debate uno de los principales conflictos/caídas en la obra onettiana.

Por otra parte, el fracaso también persigue al mismo Onetti, en su ejercicio como escritor: pone en crisis su relación con su obra, le genera angustias sobre la imposibilidad de domar el lenguaje, lo amarga hasta el punto de transformarlo en un ser ausente y hosco .

«Estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a ser un permanente segundón», declaró en 1980 cuando recibió el Premio Miguel de Cervantes , y desde el podio, sin dientes y con ironía, se asombró de tal accidente del destino.

Como artista siempre eligió el riesgo y comprendió la escritura como un acto de honestidad, de autodestrucción.

«Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo», dice el protagonista de su novela ‘El pozo’. Frase valiente, con carácter -y clara vocación suicida- que en 1939 fue una pedrada contra esos ‘bodegones literarios’ que campeaban en el medio no solo uruguayo.

De esta manera, Onetti rompía filas con esa ‘literatura bien escrita’, abominaba la «literatura de floripondio», según sus propias palabras. Y acotaba: «el narrador debe hablar de lo que conoce auténticamente». Por su parte, Ángel Rama, ensayista también uruguayo, destacó en Onetti el coraje de ser auténtico.

En su columna llamada ‘Escritor-lector’, Ernesto Carrión, escritor ecuatoriano, ha puesto el dedo en la llaga en esas escrituras ‘correctas’ que provocan apatía y resultan apenas unas imposturas estéticas. «Generar una falsa expectativa de un libro es el camino directo a la frustración de un lector. Lo que sucede muchas veces cuando leemos un libro del que alguien ha redactado previamente un comentario artificioso, lleno de sutilezas intelectuales que terminan por recrear un eco falso sobre su contenido», escribe Ernesto Carrión, quien viene reclamando -con pertinencia y lucidez- honestidad en el texto literario y también fuera de él.

«»Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quien únicamente leen correctos miembros de su familia», declaró Roberto Arlt , autor admirado tanto por Onetti como por Ricardo Piglia.

Onetti -querido Juan, como lo llamaba Dolly, su mujer-, jugador de basquetbol, portero, periodista , mozo de cantina, vendedor de boletos en el estadio Centenario, devorador de novelas policiales, derrotado por sí mismo, reticente al contagio social, convencido de haber fracasado, decidió meterse en una cama y olvidarse del mundo y la publicidad sobre su obra.

¿Qué pasará con nosotros, cuando ya no importe el éxito o el amor o la muerte?

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Nuestros adultos mayores https://ideasaludables.com/2017/06/22/nuestros-adultos-mayores/ Thu, 22 Jun 2017 18:31:07 +0000 http://ideasaludables.com/2017/06/22/nuestros-adultos-mayores/ La Nacion /

Alrededor de 1.266.000 personas, integrantes de la franja de mayores de 60 años de nuestra población, padecen carencias fundamentales, ya sea en relación con el cuidado de su salud, de su alimentación o bien de su seguridad social. Muchos están ya inactivos y perciben una jubilación mínima o cuentan con empleos precarios; habitan en viviendas de nivel medio o bajo, y sus posibilidades de acceso a una vida mejor se encuentran restringidas por sus escasos ingresos, que en tantísimos casos ni siquiera les permite llegar a fin de mes, quedando a merced de la generosidad familiar o de su suerte.

El 7,4% de la población corresponde a adultos mayores pobres, según mediciones del Indec de marzo pasado en función del nivel de ingresos general, pero que no contempla la canasta alternativa que en rigor les correspondería, por lo cual el número de quienes no llegan a fin de mes es muy superior. El enfoque multidimensional, que contempla las carencias anteriormente mencionadas, triplica ese porcentaje.

Enrique Amadasi, coordinador del estudio encarado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA y la Fundación Navarro Viola sobre las diferentes formas de envejecer y las desiguales oportunidades para lograr una vejez digna, comentó que el 38% del segmento en cuestión afirma que sus ingresos no le alcanzan para vivir.

Surge del estudio, realizado en una veintena de ciudades del país, que la mayoría se ha visto obligada a reducir o eliminar los gastos de atención médica y medicamentos (12,1%) y otros condicionan su alimentación (9%) y se ven afectados por la falta de otros ingresos o ayuda social (8%).

En relación con las prestaciones sanitarias recibidas o aconsejadas a los mayores, el equipo de especialistas de la UCA estimó que uno de cada cuatro estaba insatisfecho con la atención recibida.

Las tasas de envejecimiento, en franco crecimiento desde 1970, hoy se reflejan en que el 15,1% de los habitantes tiene más de 60 años. Para 2050, este segmento será más numeroso que el de niños y adolescentes, por lo cual urge pensar en políticas públicas que atiendan esta realidad. Para Amadasi, el mayor desafío es mejorar la situación económica, que conduce, lógicamente, a la mejora de los demás indicadores.

En la actualidad, el sistema de jubilaciones y pensiones cubre a casi el 100% de los mayores, un esfuerzo que en la mayoría de los casos lejos está de alcanzar para garantizar la calidad de vida que merecen.

Inés Castro Almeyra, de la Fundación Navarro Viola, pone el acento en que hay muchas vejeces y que las necesidades por atender son múltiples y no sólo económicas, ya que los adultos mayores son un grupo altamente vulnerable que no ocupa hoy el lugar que le corresponde en la agenda pública.

LA NACION Opinión Editorial

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La dialéctica entre guerra y paz https://ideasaludables.com/2017/06/05/la-dialectica-entre-guerra-y-paz/ Mon, 05 Jun 2017 19:15:14 +0000 http://ideasaludables.com/2017/06/05/la-dialectica-entre-guerra-y-paz/ Aporrea /

El hombre vive en estado de guerra permanente. Ese doble anhelo de paz y destrucción, que, cual las dos almas de Fausto, anidan en el pecho del hombre, motivó que Freud, en su obra crepuscular2, entreviera dos motivaciones en la psique humana, de una fuerza superior, por más profunda, incluso, que las pulsiones sexuales. Tales eran los impulsos de Vida y Muerte, Eros y Thanatos. La misma irresistible tendencia que obliga al hombre a buscar por cualquier medio su supervivencia parece luchar por conseguir su aniquilamiento, su retorno a la Tierra originaria, a la mezcla primitiva de donde surgió. Nos sentimos reclamados, al mismo tiempo, por el cielo del Amor y la Belleza, y por el infierno de la Muerte y la destrucción. Esta duplicidad no se reduce, sin embargo, a ser una circunstancia meramente psicológica, sino que su influencia se extiende al campo moral.

La guerra se considera como algo indiferente en sí, y su valor moral pasa a depender del cumplimiento de las condiciones de una guerra justa. No pensaban los teólogos católicos que la guerra debiera desaparecer, sin más, por causa de una transformación radical del hombre, cuya posibilidad limitaron al campo del hombre interior. La integración de la Fe y la Naturaleza, condujo a la Escolástica a proponer la paz como el fin último, pero, también, a apreciar la guerra como una circunstancia en que podían mostrarse las virtudes humanas, con tal que en la lucha se dieran determinadas condiciones. La consecuencia de esta concepción fue la elaboración de una doctrina que incluía los requisitos de una guerra justa: ser declarada por la autoridad legítima, buscar un fin justo, y utilizar medios moralmente correctos. Todos estos requisitos hacen referencia a los medios de la guerra -aunque, aparentemente, hablen de los fines-, puesto que en ningún momento se pone en cuestión su moralidad. La guerra tiene un valor positivo, pues abre la posibilidad de que en ella se ponga de manifiesto la fortaleza.

El concepto de virtud, que ya no pone el acento sobre la virilidad guerrera, sino sobre el dominio de todas las artes que hacen del hombre un ser social, un cortesano, un ciudadano capaz de triunfar socialmente por la dulzura de su carácter, la multiplicidad de sus habilidades, y su dominio de las técnicas que pueden alzarle al poder político

Por vez primera al contrario de lo que apunta el célebre aforismo ,la política pasa a ser una guerra que utiliza otros medios para manifestarse. Los esfuerzos renacentistas por lograr una moderación de las, en muchas ocasiones, bárbaras costumbres medievales, se aprecia en ámbitos diversos, que van desde la afloración de tratados sobre las normas de urbanidad hasta la ritualización de los enfrentamientos armados. Los instintos agresivos son desplazados a otros espacios de la actividad social, como la lucha por el poder, o el ansia de fama, de modo que la guerra pierde gran parte de la trascendencia que aún conservaba en el medievo, puesto que ya no es el lugar de demostración de la virtud, sino tan sólo un medio para alcanzar el poder. Los manuales sobre estrategia militar sustituyen, pues, a los tratados morales sobre la virtud de la fortaleza. Con ello nace una concepción moderna de la guerra, cuyo desarrollo conduce hasta las ideologías pacifistas de nuestros días.

Predomina hoy la noción de un ser humano sometido a la dialéctica entre guerra y paz, entre destrucción y producción, entre violencia y convivencia social. Se supone que, como en toda oposición, ha de nacer aquí también una síntesis final que signifique, si no el triunfo de uno de los polos en disputa, sí, cuando menos, el establecimiento de un orden próximo al que señalaría la tríada: paz-producción-convivencia social. Bobbio, en un libro de reciente aparición en Italia, ha puesto de manifiesto cómo, en todo par de términos antitéticos, suele suceder que uno de los dos posee más fuerza que el otro, aunque dicha valoración dependa del punto de vista desde el que se efectúe su medición. En el caso de la dialéctica establecida entre los términos guerra-paz, parece claro que es guerra el que posee mayor fuerza, lo cual ha propiciado que, tradicionalmente, desde Grocio a Tolstoi, se haya definido la paz como un estado de «no-guerra».

Contra esta tesis, el pensamiento marxista ha supuesto que el estado originario de las comunidades humanas es el de la convivencia pacífica, en un momento en que aún no había surgido la feroz lucha por la propiedad, verdadero motivo de los enfrentamientos entre los individuos y entre los pueblos. Este optimismo asoma aún hoy, en la época del pensamiento desencantado, en muchas de las manifestaciones de la ideología preponderante; la misma que dio en decir que, tras el fin de los bloques, habíamos entrado, por fin, en la senda de la paz universal. La inquietante realidad es que nunca antes se había encontrado el mundo más angustiado por su posible autodestrucción, pues la potencia nuclear, que antes se encontraba controlada por los grandes bloques, comienza a dispersarse alarmantemente, sin que parezcan surtir efecto los desesperados intentos de control de este tipo de armamento. Por otro lado, los conflictos interétnicos, interregionales, y locales se multiplican, y amenazan con matar, como una lenta infección, a un planeta que esperaba morir de una forma repentina. Si bien la experiencia de dos grandes guerras parece haber conjurado el riesgo de una tercera guerra mundial, el hombre se muestra incapaz de mantener una paz medianamente duradera.

A los síntomas que acabamos de describir, debemos añadir uno nuevo, que habitualmente se posterga al hablar del problema de la guerra; nos referimos a la violencia difusa que no por haberse hecho cotidiana resulta menos alarmante para las sociedades desarrolladas. Poco a poco, se extiende una sensación de agresividad generalizada, y un clima de enfrentamiento total en las grandes ciudades. Esta ola se manifiesta en el carácter cada vez más descontrolado de las luchas reivindicativas de los trabajadores, en la destrucción sistemática de los bienes públicos por parte de los jóvenes durante los fines de semana, en las palizas a las minorías étnicas por parte de grupos cada vez mayores y más organizados, en los enfrentamientos entre partidarios de distintos equipos de fútbol o de diferentes movimientos musicales, en los levantamientos y explosiones de violencia de los habitantes de barrios marginales, incluso en la pugna por el espacio vital de los automovilistas, y, en fin, en la agresividad que soterradamente corroe muchas conciencias ante la indiferencia generalizada por lo que sucede a nuestro alrededor. Esa es la otra guerra, la que tiene lugar en el espacio corto del ámbito de lo cotidiano. Con ello, la esperanza de mejorar el estado de cosas se esfuma, prácticamente, puesto que un temor sólo parece ser vencido por otro temor más fuerte. El precio a pagar por la paz seria la aceptación de la tiranía de un Poder omnímodo, capaz de imponer el Terror universal y abstracto, para superar así el miedo particular a lo concreto.

Deslegitimar la guerra supondría tanto como suponer la posibilidad de una paz perpetua, que se habría logrado mediante un cambio en la naturaleza misma del hombre: el ser humano se habría tornado, de malo, en bueno por naturaleza. El intento de búsquedas de alternativas ha de hacerse desde la consideración de la legalidad de la guerra. Con ello se hace referencia a los medios empleados para solventar los conflictos generados por ese enfrentamiento inherente a la vida social. Es en este ámbito donde deben dominar los impulsos de sociabilidad, de no-violencia, de pacifismo.

La paz posible para el hombre no es una paz perpetua, que sin duda sólo puede ser la de los cementerios, sino una paz que insista en los medios utilizados para solventar los conflictos. La tarea, por supuesto es inacabable; su éxito se pospone al infinito. Pero, sin duda, también evita los males y sufrimientos que en nombre de una paz universal han tenido lugar en muchos momentos históricos.

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