Onetti: querer, fracasar, envejecer

El Comercio /

Los lentes colgando sobre las sienes, pesados y negros, la cancina voz de un hombre habituado a fumar y a guardar silencio, la mirada atrincherada en la desconfianza, siempre esquivo o apático, J uan Carlos Onetti Borges enfrentó la vida con una mueca escéptica.

Su obra literaria expone ese fracaso existencial que revela la miseria y la orfandad del ser humano.

En 1939 publica ‘El pozo’, una novela existencia l-intimista, guía ética de un solitario que se resiste a morir aplastado por el vacío afectivo. «Yo soy un hombre solitario que fuma en sitio cualquiera de la ciudad», exclama Eladio Linacero, quien expresa la necesidad de repudiar todo contagio social y a la vez -preso de una isla interior- aferrarse a la imaginación como única ventana para tolerar la asfixia.

Con fatiga, derruidos por la vejez y abatidos por la monotonía de los días o la soledad, los personajes del maestro Onetti finalmente se liberan de la hipocresía , de la máscara de estados idílicos -o dudosos- como la felicidad, el éxito, la maternidad/paternidad o la plenitud del amor.

Toda empresa humana está destinada a la corrupción , a la mentira. El amor se pervierte y se pudre con la rutina. Los casados disimulan el silencio y el desinterés en el que ha caído su vida común sosteniendo un niño en brazos. La comunicación con el otro es imposible o abocada al desencuentro. Todos los sueños, a la postre, quedarán colgados como vidrios rotos en los marcos de viejas ventanas… Es lo que parece explicarnos el escritor uruguayo en cada uno de sus libros.

Onetti ha sido descuidado en este tiempo fatuo donde las redes sociales pregonan felicidad al exhibir la foto en una playa vulgar. Y sin embargo…

«Las personas se quejan de estar deprimidas, de insomnio, de ser infelices en su matrimonio, de no disfrutar de su trabajo y otros trastornos semejantes. Generalmente creen que este o aquel síntoma en particular constituye su problema y que, si pudieran librarse de ese trastorno especial, se pondrían bien. No obstante, estas personas no ven que su problema no es la depresión, el insomnio, el matrimonio ni el trabajo. Estas quejas diversas son solo la forma consciente en que nuestra cultura les permite expresar algo que está mucho más profundo. El sufrimiento común es la enajenación de uno mismo, de nuestros semejantes y de la naturaleza; la conciencia de que la vida se nos escapa de las manos como arena y que moriremos sin haber vivido; que se vive en medio de la abundancia y, sin embargo, no se siente alegría», señala Erich Fromm en ‘Psicoanálisis y budismo zen’ .

Onetti mira a través de la pérdida y el fracaso la exacta medida del ser humano.

«Perder, perder para encontrar, lo que ha sido tomado de la boca del jaguar, perder perderlo todo, y cuando lo hayas perdido todo, has de perder eso también», escribe Mario Montalbetti, poeta peruano .

Los personajes de Onetti a través del fracaso -pisoteando las charcas del infierno- curten su experiencia vital, se quitan de encima -como una rana pegajosa- la esperanza o las ilusiones vanas.

Todos (Larsen, Ana Inés, el doctor Díaz Grey, Bob, Eladio Linacero, Jeremías Petrus…) empiezan en el cuento o en el primer capítulo definitivamente acabados, derruidos o acechados por la certeza de la vejez o la muerte.

‘La cara de la desgracia’, ‘El infierno tan temido’, ‘El pozo’, ‘Cuando ya no importe’, ‘La vida breve’, son títulos elocuentes sobre esa visión corrosiva del autor.

‘Tan triste como ella’, por ejemplo, es un magnífico relato dedicado a aquellas mujeres convencidas de que la llegada de un bebé cambiará sus vidas.

‘Bienvenido Bob’ es un cuento perfecto para toda la inefable generación de milenials. Aquí Onetti clava su uña sobre la inocencia y la estupidez de un muchacho confiado en que su tesoro es la juventud .

Para Juan Carlos Onetti no hay manera de vencer ni de esconderse de ese monstruo inapelable llamado ‘el paso del tiempo’: todo lo que toca lo marchita o destruye.

El uruguayo venera a las mujeres y escribe que hay dos en la vida de todo hombre. En la ficción -aclaro-, la primera es la muchacha que espera en el parque, las rodillas juntas e inocentes. Es la doncella que no conoce la maldad y la miseria del mundo. Tiene el corazón saludable, amoroso y añora la felicidad, aunque ya camine al filo del abismo (remitirse a Elvirita, personaje de la novela ‘Cuando ya no importe’).

La segunda mujer nace de la primera, cuando ha perdido su halo de candidez, y se va educando en la mentira y el desencanto. Es una mujer acechada por los años y que después del desengaño -propio de los fracasos amorosos- está lista para herir, para hacer daño (remitirse a Gracia, personaje del relato ‘El Infierno tan temido’, quien le envía a su expareja fotos obscenas con otros hombres, para martirizarlo).

La muchacha símbolo de plenitud de vida se contrapone con la vejez, anticipo de la muerte. Entre estas dos antípodas se debate uno de los principales conflictos/caídas en la obra onettiana.

Por otra parte, el fracaso también persigue al mismo Onetti, en su ejercicio como escritor: pone en crisis su relación con su obra, le genera angustias sobre la imposibilidad de domar el lenguaje, lo amarga hasta el punto de transformarlo en un ser ausente y hosco .

«Estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a ser un permanente segundón», declaró en 1980 cuando recibió el Premio Miguel de Cervantes , y desde el podio, sin dientes y con ironía, se asombró de tal accidente del destino.

Como artista siempre eligió el riesgo y comprendió la escritura como un acto de honestidad, de autodestrucción.

«Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo», dice el protagonista de su novela ‘El pozo’. Frase valiente, con carácter -y clara vocación suicida- que en 1939 fue una pedrada contra esos ‘bodegones literarios’ que campeaban en el medio no solo uruguayo.

De esta manera, Onetti rompía filas con esa ‘literatura bien escrita’, abominaba la «literatura de floripondio», según sus propias palabras. Y acotaba: «el narrador debe hablar de lo que conoce auténticamente». Por su parte, Ángel Rama, ensayista también uruguayo, destacó en Onetti el coraje de ser auténtico.

En su columna llamada ‘Escritor-lector’, Ernesto Carrión, escritor ecuatoriano, ha puesto el dedo en la llaga en esas escrituras ‘correctas’ que provocan apatía y resultan apenas unas imposturas estéticas. «Generar una falsa expectativa de un libro es el camino directo a la frustración de un lector. Lo que sucede muchas veces cuando leemos un libro del que alguien ha redactado previamente un comentario artificioso, lleno de sutilezas intelectuales que terminan por recrear un eco falso sobre su contenido», escribe Ernesto Carrión, quien viene reclamando -con pertinencia y lucidez- honestidad en el texto literario y también fuera de él.

«»Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quien únicamente leen correctos miembros de su familia», declaró Roberto Arlt , autor admirado tanto por Onetti como por Ricardo Piglia.

Onetti -querido Juan, como lo llamaba Dolly, su mujer-, jugador de basquetbol, portero, periodista , mozo de cantina, vendedor de boletos en el estadio Centenario, devorador de novelas policiales, derrotado por sí mismo, reticente al contagio social, convencido de haber fracasado, decidió meterse en una cama y olvidarse del mundo y la publicidad sobre su obra.

¿Qué pasará con nosotros, cuando ya no importe el éxito o el amor o la muerte?